Leyendas e Historias de mi Albaicin
Hace mucho, mucho tiempo, cuando las aguas del Darro arrastraban entre sus arenas pepitas de oro, en el fértil valle de Valparaiso, un caminante descubrió una gruta de la que brotaba una cascada de agua clara y gélida como la nieve.
En tiempos de Boabdil, las doncellas aprovechaban las cortas épocas de paz que se podían disfrutar en el reino de Granada para ir a llenar sus cántaros de aquellas aguas a las que se atribuían grandes beneficios. Y, en las noches cálidas de verano subían desde la ciudad o bajaban desde el Albayzin para cruzar el Darro y tomar camino a la misteriosa fuente.
No sabían porque pero esas aguas provocaban diversos efectos a quienes las bebían y, poco a poco, se les fue necesaria beberla. Sin explicación aparente, unas veces tenía sabor amargo y otras un delicado dulzor. Y cuando esto pasaba los efectos sobre el que las bebía también eran distintos.
Solo una persona, el Cadí de la ciudad sabía el secreto de la cueva, dentro vivía una hermosa muchacha, un hada llamada Agrilla y las aguas cambiaban su sabor según su estado de ánimo. Cuando se sentía alegre y dichosa las aguas eran dulces y proporcionaban felicidad al que las bebía. Cuando Agrilla estaba triste o contrariada sus lágrimas caían al agua y la tornaban amarga, perturbando así la paz de quienes la bebían.
Cuando los Reyes Católicos conquistaron Granada, el hada, desapareció y el manantial se quedó con el último sabor que le transmitió su dueña. Agrilla, al abandonar su morada, lloró y las lágrimas fueron al agua mientras contemplaba la ciudad por última vez. Las aguas captaron ese instante y desde entonces y para siempre quedará en esta fuente un sabor ligeramente agrio.
Desde entonces se conoce como la Fuente de las lágrimas o Fuente Agrilla
Hace mucho, mucho tiempo, cuando las aguas del Darro arrastraban entre sus arenas pepitas de oro, en el fértil valle de Valparaiso, un caminante descubrió una gruta de la que brotaba una cascada de agua clara y gélida como la nieve.
En tiempos de Boabdil, las doncellas aprovechaban las cortas épocas de paz que se podían disfrutar en el reino de Granada para ir a llenar sus cántaros de aquellas aguas a las que se atribuían grandes beneficios. Y, en las noches cálidas de verano subían desde la ciudad o bajaban desde el Albayzin para cruzar el Darro y tomar camino a la misteriosa fuente.
No sabían porque pero esas aguas provocaban diversos efectos a quienes las bebían y, poco a poco, se les fue necesaria beberla. Sin explicación aparente, unas veces tenía sabor amargo y otras un delicado dulzor. Y cuando esto pasaba los efectos sobre el que las bebía también eran distintos.
Solo una persona, el Cadí de la ciudad sabía el secreto de la cueva, dentro vivía una hermosa muchacha, un hada llamada Agrilla y las aguas cambiaban su sabor según su estado de ánimo. Cuando se sentía alegre y dichosa las aguas eran dulces y proporcionaban felicidad al que las bebía. Cuando Agrilla estaba triste o contrariada sus lágrimas caían al agua y la tornaban amarga, perturbando así la paz de quienes la bebían.
Cuando los Reyes Católicos conquistaron Granada, el hada, desapareció y el manantial se quedó con el último sabor que le transmitió su dueña. Agrilla, al abandonar su morada, lloró y las lágrimas fueron al agua mientras contemplaba la ciudad por última vez. Las aguas captaron ese instante y desde entonces y para siempre quedará en esta fuente un sabor ligeramente agrio.
Desde entonces se conoce como la Fuente de las lágrimas o Fuente Agrilla
