Ofertas de luz y gas

PEDRO MARTINEZ: Una historia que contar....

Una historia que contar.
Globos.

Soñé que vendía globos de gas, todos eran diferentes y de muchos colores. En mi mano cuando no podía con un globo más aparecía un globo nuevo.
Luego yo quería proteger a todos, que no les diera el sol, para que no se desinflaran ni la lluvia para que no se reventaran ni el frío para que no se congelaran y los sostenía con fuerza, de esa que tensa los músculos y duelen hasta los huesos, pero quería cuidar a todos mis globos, sentía que era mi deber.
En ese momento apareció una persona y pregunto: ¿vende usted los globos? Rápidamente moví la cabeza negativamente, entonces con una amable sonrisa me dijo: cada globo existe porque tiene la capacidad de ser y volar, se puede cuidar solo. Cada globo trae su propio sueño y debe dirigirse al lugar que haya elegido, no son tuyos: ¡suéltalos!
Yo sentí temor, empecé a temblar y no los solté. Tenía un especial cariño por cada globo que estaba en mi mano, por su color, por su tamaño, por la forma en que había llegado a mi vida, porque eran parte, cada uno de ellos, de mi propio arcoíris.
Eran tantos que lastimaban mi mano, me dolía el cuerpo, pero no los quería soltar.
Luego, vino un fuerte viento, nos movió a todos de lugar y nos levantó un poco, yo me golpee en una casa, luego en otra, nos atoramos en los cables de la luz, algunos perdían fuerza, otros se desinflaban. El viento paró, y con la otra mano los abracé, les puse un curita, todos estábamos espantados, todos habíamos salido raspados.
Entonces regresó aquella extraña persona y me repitió las misma frase: cada globo existe porque tiene la capacidad de ser y volar, se puede cuidar solo. Cada globo trae su propio sueño y debe dirigirse al lugar que haya elegido, no son tuyos: ¡suéltalos!
Entonces empecé a soltar uno por uno, se veían tan felices de abandonarme, algunos ni siquiera se despidieron, agarraron su vuelo y su propio rumbo, ninguno estaba junto al otro.
Una lagrima rodó por mi rostro. Seguí soltando aquellos hermosos globos. En ese momento entendí que yo los quería ver bien, quería que fueran felices y entonces sonreí. Hasta el momento en el que en mi mano quedó sólo un globo, era el que me pertenecía, el que debía cuidar, honrar su vida y dejar que en su vuelo me llevara ligera hasta el cielo.
Entonces, los globos viraron hacía mi, mi felicidad era su felicidad. Pero lo más importante, su felicidad, era la mía también.