Nombres y apellidos del siglo XVIII
La pujanza demográfica que observamos a mediados del siglo XVIII será ya una constante, sin retroceso en ningún momento, hasta llegar a los años 50 del siglo XX en que Pedro Martínez alcanzó el nivel máximo de población de toda su historia. Siguiendo con el análisis del catastro, el cómputo de nombres propios de personas, nos arroja los sicuientes datos: El nombre que más se repite es María (en 16 personas); le siguen Joseph (José) y Juan (11 veces cada uno); tienen presencia destacada Ana, Francisco, Torcuato, Lucía, Magdalena y Juana (6-7 veces). Aparecen también varias veces Isabel, Gabriel Catalina, Salvadora, Sebastián, Francisca, Felipe, Diego, Lorenzo, Andrés y Augustín (Agustín). Hay algunos nombres, con escasa presencia, eso sí, que hoy nos pueden llamar la atención, como Petroila, Cayetano, Mariana y Martín. En cambio, nombres tan comunes en la actualidad como Manuel, Pedro o Antonio sólo aparecen dos veces. Se observa que no es una tónica general poner a los hijos el nombre de los padres, aunque sí podría serlo, poner el de los abuelos, dato que no es constatable en el documento que comentamos.
En lo que se refiere a los apellidos de esas mismas personas, encontramos que el más abundante es Martínez con gran diferencia sobre el resto, pues lo llevan 70 personas. Tienen una presencia estimable los apellidos Sánchez, Titos, Rodríguez, López, Pardo, Alonso y Andújar. El apellido del Valle, tan pedromartinero, aparece ya bastante destacado. Al mismo nivel están García, Navarro, Carrasco, Abril, Manjón y Gutiérrez. Están presentes también, aunque más timidamente en ese momento, los apellidos Alfaro, Avalos, Sierra. Pretel, Vico, Rienda, Lorite, Vílchez, Romero, Muriel, Ratero, Moral, Sola, Luzón, Iglesias, Gómez, Montalvo, Baeza, Pérez, Medel, Orgaz, Reyes, Ruiz, Hermoso, Garrido, Delgado, Fernández y Moraleda.
El Catastro de la ensenada da cuenta también, en otro orden de cosas, de que en Pedro Martínez no hay albañiles, ni herreros, ni zapateros, ni sastres, ni sogueros, ni canteros..., sino sólo, como ya se ha dicho, jornaleros, labradores, peujareros, algún criado, un maestro desangrador y barbero, un cura, un sacristán, mujeres que se dedican a su casa y muchos niños, que trabajan desde muy pequeños. No hay tabernas, ni mesones, ni tiendas, ni panaderías, ni carnicerías. No hay tampoco colmenas.
La estructura urbana del cortijo de Pedro Martínez era en esos momentos bastante irregular, sin un plan organizado ni otras reglas determinantes. Se trata más bien de un conjunto de casas casi dispersas, si bien hay bastantes que están adosadas en grupos (de dos o tres viviendas. Hay 47 casas habitadas y unas 10 ó 12 arruinadas (cuyas regulaciones y arrendamientos ascienden anualmente a 1.761 reales de vellón). Sólo un 25% de estas viviendas están cubiertas de teja y el resto se cubre de retama. Las casas más importantes (entre las que destaca la de don Pedro del Castillo, vecino de Guadix) tienen unas 15-16 varas de fachada y unas 10 de fondo. El término medio de fachada del resto de las casas es de 10 varas. En unas cuantas se menciona expresamente que tienen corral y tinado.
Las tierras son de secano de 4 calidad. Se siembran un año si y otro no, aunque hay bastantes que se dejan descansar dos años seguidos. Las medidas agrarias que se emplean son la fanega y el celemín. Una fanega de trigo produce cinco; una de cebada, siete, y una de centeno, cinco. La fanega de trigo vale 22 reales, la de cebada 11 y la de centeno 15. EI término completo de Pedro Martínez, con sus cortijos anejos, tiene unas 600 fanegas de tierra de labor, de las que corresponden 200 al cortijo de Pedro Martínez propiamente dicho. Las tierras están en general, en manos de los grandes hacendados, los cuales las tienen cedidas en régimen de arrendamiento a vecinos del cortijo. Excepcionalmente algunos jornaleros son propietarios dle pequeñas hazas de tierra.
La pujanza demográfica que observamos a mediados del siglo XVIII será ya una constante, sin retroceso en ningún momento, hasta llegar a los años 50 del siglo XX en que Pedro Martínez alcanzó el nivel máximo de población de toda su historia. Siguiendo con el análisis del catastro, el cómputo de nombres propios de personas, nos arroja los sicuientes datos: El nombre que más se repite es María (en 16 personas); le siguen Joseph (José) y Juan (11 veces cada uno); tienen presencia destacada Ana, Francisco, Torcuato, Lucía, Magdalena y Juana (6-7 veces). Aparecen también varias veces Isabel, Gabriel Catalina, Salvadora, Sebastián, Francisca, Felipe, Diego, Lorenzo, Andrés y Augustín (Agustín). Hay algunos nombres, con escasa presencia, eso sí, que hoy nos pueden llamar la atención, como Petroila, Cayetano, Mariana y Martín. En cambio, nombres tan comunes en la actualidad como Manuel, Pedro o Antonio sólo aparecen dos veces. Se observa que no es una tónica general poner a los hijos el nombre de los padres, aunque sí podría serlo, poner el de los abuelos, dato que no es constatable en el documento que comentamos.
En lo que se refiere a los apellidos de esas mismas personas, encontramos que el más abundante es Martínez con gran diferencia sobre el resto, pues lo llevan 70 personas. Tienen una presencia estimable los apellidos Sánchez, Titos, Rodríguez, López, Pardo, Alonso y Andújar. El apellido del Valle, tan pedromartinero, aparece ya bastante destacado. Al mismo nivel están García, Navarro, Carrasco, Abril, Manjón y Gutiérrez. Están presentes también, aunque más timidamente en ese momento, los apellidos Alfaro, Avalos, Sierra. Pretel, Vico, Rienda, Lorite, Vílchez, Romero, Muriel, Ratero, Moral, Sola, Luzón, Iglesias, Gómez, Montalvo, Baeza, Pérez, Medel, Orgaz, Reyes, Ruiz, Hermoso, Garrido, Delgado, Fernández y Moraleda.
El Catastro de la ensenada da cuenta también, en otro orden de cosas, de que en Pedro Martínez no hay albañiles, ni herreros, ni zapateros, ni sastres, ni sogueros, ni canteros..., sino sólo, como ya se ha dicho, jornaleros, labradores, peujareros, algún criado, un maestro desangrador y barbero, un cura, un sacristán, mujeres que se dedican a su casa y muchos niños, que trabajan desde muy pequeños. No hay tabernas, ni mesones, ni tiendas, ni panaderías, ni carnicerías. No hay tampoco colmenas.
La estructura urbana del cortijo de Pedro Martínez era en esos momentos bastante irregular, sin un plan organizado ni otras reglas determinantes. Se trata más bien de un conjunto de casas casi dispersas, si bien hay bastantes que están adosadas en grupos (de dos o tres viviendas. Hay 47 casas habitadas y unas 10 ó 12 arruinadas (cuyas regulaciones y arrendamientos ascienden anualmente a 1.761 reales de vellón). Sólo un 25% de estas viviendas están cubiertas de teja y el resto se cubre de retama. Las casas más importantes (entre las que destaca la de don Pedro del Castillo, vecino de Guadix) tienen unas 15-16 varas de fachada y unas 10 de fondo. El término medio de fachada del resto de las casas es de 10 varas. En unas cuantas se menciona expresamente que tienen corral y tinado.
Las tierras son de secano de 4 calidad. Se siembran un año si y otro no, aunque hay bastantes que se dejan descansar dos años seguidos. Las medidas agrarias que se emplean son la fanega y el celemín. Una fanega de trigo produce cinco; una de cebada, siete, y una de centeno, cinco. La fanega de trigo vale 22 reales, la de cebada 11 y la de centeno 15. EI término completo de Pedro Martínez, con sus cortijos anejos, tiene unas 600 fanegas de tierra de labor, de las que corresponden 200 al cortijo de Pedro Martínez propiamente dicho. Las tierras están en general, en manos de los grandes hacendados, los cuales las tienen cedidas en régimen de arrendamiento a vecinos del cortijo. Excepcionalmente algunos jornaleros son propietarios dle pequeñas hazas de tierra.
