Una tarde, un padre llegó sin previo aviso a la casa de su hijo.
Tocó la puerta, como lo había hecho miles de veces antes, pero esta vez con una bolsita en la mano. Adentro, había unas empanadas aún tibias, de esas que solía hacerle a su hijo cuando era niño.
—Hola, hijo —dijo con una sonrisa suave.
—Hola, papá… pasa —respondió el hijo, mientras sostenía el teléfono en la oreja y tecleaba con rapidez en su laptop.
El padre entró, miró la sala ordenada, los papeles sobre la mesa, la taza medio... Ansiamos nuevas sensaciones, pero pronto nos volvemos indiferentes a ellas La vida es corta. Sonríe mientras aún tienes dientes.