Érase una vez un granjero llamado Herman que vivía en un país del norte de Europa donde los
inviernos eran terriblemente crudos. Los meses de hielo y
nieve se hacían interminables, pero el bueno de Herman se negaba a pasar tanto tiempo encerrado en
casa sin hacer nada, esperando que volviera la
primavera. Por eso, venciendo la pereza y las bajas temperaturas, todas las mañanas se despedía de su mujer con un beso y salía a dar una vuelta por los alrededores. ¡Al menos durante un rato podía admirar
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