En el centro del parque más antiguo de la ciudad había una banca de madera gastada, situada bajo un roble gigantesco. Nadie sabía quién la había colocado allí ni cuántos años tenía, pero todos coincidían en que ese lugar tenía algo especial.
Cada mañana, Don Ernesto, un hombre de 80 años, se sentaba en esa banca con una libreta en las manos. Escribía, tachaba, volvía a escribir. A veces sonreía, a veces lloraba.
Un joven llamado Andrés, que solía pasar por allí camino al trabajo, comenzó a notar ... (ver texto completo)
Cada mañana, Don Ernesto, un hombre de 80 años, se sentaba en esa banca con una libreta en las manos. Escribía, tachaba, volvía a escribir. A veces sonreía, a veces lloraba.
Un joven llamado Andrés, que solía pasar por allí camino al trabajo, comenzó a notar ... (ver texto completo)
