¡DECIMO OCTAVA PARTE! LEYENDAS GRANAINAS
El príncipe Al Kamel.
"El torneo, tercera parte"
Cuando Ahmed quiso inscribirse el las listas del torneo, encontrose que estaban cerradas para el...
.. pues, según dijeron, nadie más que los príncipes podían ser admitidos a tomar parte en el, declaró entonces su nombre y su linaje, pero ésto vino a empeorar la situación, pues siendo musulmán no podía aspirar a la mano de la princesa cristiana objeto del torneo.
Los príncipes participantes le rodearon con aire arrogante y amenazador, y hasta alguno de ellos, con insoletes maneras y cuerpo herculeo pretendió burlarse de su sobre nombre "peregrino de amor". Encendiose súbitamente de ira nuestro príncipe y desafió a su rival a medirse con sus armas con el. Tomaron distancia, dieron media vuelta y cargaron el uno sobre el otro, pero no hizo más que tocar con la lanza mágica al herculeo bufón, cuando fue botado inmediatamente de la silla de su cabalgadura. Hubierase contentado el príncipe con esto, más, ¡Ay!, que haberselas con un caballo y una lanza endiabladas, pues una vez entrado ya en lucha, no habría fuerza humana capaz de sujetarlos, el caballo árabe empezó a derribar caballeros en lo más recio de la pelea, la lanza echaba por tierra todo lo que se ponía por delante, el gentil príncipe era llevado involuntariamente por el campo, que quedaba sembrado de grandes y pequeños, mientras él se dolía interiormente de sus involuntarias proezas.
Bramaba y rabiaba el rey al ver el atropello cometido en las personas de sus vasallos y huéspedes, y mandó salir de inmediato a sus guardias, pero estos quedaron desmontados en un decir amén. El monarca mismo arrojó su vestidura real y encontrando escudo y lanza, salió al campo, creyendo infundir miedo al extranjero ante la majestad real, pero, ¡ay!, la majestad real no lo pasó mejor que los demás, pues el caballo y la lanza no distinguían ni respetaban categorías ni dignidades, creciendo de punto el espanto de Ahmed cuando se sintió impelido, lanza en ristre con el mismísimo rey, que en un instante empezó a dar volteretas por el aire, mientras su corona rodaba por el polvo.
En este preciso momento el sol tocó al meridiano, el encanto mágico cesó en su poder, por lo cual el caballo árabe se lanzó por el llano, saltó la barrera, se arrojó al Tajo, atravesando a nado su impetuosa corriente, llevando al príncipe casi sin sín alientos y aterrorizado directamente a la caverna, y tomando otra vez su posición primitiva, quedó inmóvil como una estatua junto a la mesa de hierro. Désmontose el príncipe con alegría y despojóse de la armadura, dejándola de nuevo en su sitio para que cumpliese los decretos del destino.
Sentose después en la caverna para meditar por algún tiempo en el desesperado estado que el caballo y la diabólica armadura le habían reducido
¿Como había de atreverse en lo sucesivo a presentarse de nuevo en Toledo después de haber organizado tal baldón a sus Caballeros y tal ultraje a su rey?
¿Qué pensaría también la princesa, sobre un acto tan salvaje como trasero?
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