Luis Hernández, con 55 años y un corazón roto, observó por última vez el
letrero apagado de su
restaurante, "La
Casa de Sabores". Durante décadas, aquel lugar había sido su orgullo, un templo de aromas y
tradición que atraía tanto a turistas como a locales. Pero los tiempos cambiaron. La economía se desplomó, la competencia creció y las deudas lo ahogaron sin piedad. No tuvo más remedio que cerrar.
Lo puso en venta, incapaz de seguir viéndolo morir poco a poco. Su pasión por la cocina se desvaneció
... (ver texto completo)