El príncipe
feliz’, de Oscar Wilde.
El alcalde de una floreciente ciudad contemplaba orgulloso la
estatua que había mandado construir del Príncipe que un día hizo popular ese lugar. La estatua contaba con numerosas
piedras preciosas y piezas de oro macizo. Desde allí, el Príncipe, podía contemplar mejor su antigua ciudad. Se sorprendió mucho al comprobar que había muchas personas pasando tremendas calamidades. ¡Él que vivía en un lujoso
palacio!
Los días pasaron y llegó el
invierno, y con el
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