Había una vez un rey que lo tenía todo: poder, lujos, respeto, sirvientes. Pero no era
feliz. Siempre sentía que algo le faltaba. Como si le debieran una parte de la vida.
Un día, vio a uno de sus sirvientes barriendo los pasillos del
palacio. Era un hombre sencillo, con ropa gastada, pero una sonrisa que iluminaba todo. Cantaba mientras trabajaba. Se notaba que era feliz de verdad.
El rey, intrigado, le preguntó a su consejero:
— ¿Cómo puede ese hombre ser feliz teniendo tan poco?
El sabio respondió
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