Sucedió una vez, en un lejano país, que el rey de aquellas tierras cayó de su
caballo y se lastimó severamente. Tan grave fue la lesión que perdió para siempre el uso de las piernas y se vio obligado a andar, desde entonces, con muletas.
Era un rey
joven y arrogante y se sentía disminuido frente a sus súbditos. No podía tolerarlo:
—Si no puedo ser como ellos –se dijo–, haré que ellos sean como yo.
Acto seguido ordenó, bajo pena de muerte, que nadie debía volver a caminar sin muletas
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