Mateo tenía 17 años y subía todos los días una colina para llegar a la escuela rural donde estudiaba. Una colina empinada, con piedras sueltas, barro en temporada de lluvia, y una mochila que no siempre llevaba libros… a veces solo pan duro y una libreta rota.
Muchos se burlaban de él por usar siempre los mismos zapatos gastados, por no tener celular, por llegar con el pantalón sucio hasta las rodillas.
— ¿Por qué no dejas de venir? —le preguntó un compañero una vez, entre risas—. Total, igual nadie espera nada de ti.
Mateo no respondió. Solo apretó más los dientes y siguió subiendo.
Nadie sabía que cada noche, al llegar a casa, ayudaba a su madre con las tareas del campo. Que alumbraba sus deberes con una linterna vieja porque no había electricidad. Que cada vez que leía en voz alta, imaginaba un futuro diferente… aunque todo a su alrededor le gritara que no lo lograría.
Una mañana, la lluvia convirtió la colina en lodo. Muchos alumnos no fueron. Pero Mateo sí. Llegó empapado, con frío, pero con su libreta seca, envuelta en tres bolsas.
—Si quieres, puedes entrar a cambiarte —le dijo la directora, conmovida.
—No traje ropa seca, pero traje ganas —respondió él, sin titubear.
Años después, en una ceremonia sencilla pero emocionante, Mateo volvió a esa misma escuela. Esta vez no como estudiante, sino como ingeniero recién graduado. Dio una charla para los nuevos alumnos. Todos lo miraban con respeto.
— ¿Cuál fue tu secreto para no rendirte? —le preguntó una niña de primer año.
Mateo miró hacia la ventana, hacia la colina que tanto había subido, y respondió:
—No fue un secreto… fue una decisión. Si todo hubiera sido fácil, cualquiera lo habría hecho. Pero lo difícil me hizo fuerte. Y lo imposible… me enseñó a no rendirme.
⸻
Reflexión:
El camino cuesta arriba no está hecho para frenarte, sino para formarte. Si fuera sencillo, no enseñaría nada. Por eso, cada vez que sientas que todo se complica, recuerda: lo difícil no es señal de debilidad… es señal de que estás construyendo algo que vale la pena.
¿Qué historia estás escribiendo con tu esfuerzo silencioso?
Muchos se burlaban de él por usar siempre los mismos zapatos gastados, por no tener celular, por llegar con el pantalón sucio hasta las rodillas.
— ¿Por qué no dejas de venir? —le preguntó un compañero una vez, entre risas—. Total, igual nadie espera nada de ti.
Mateo no respondió. Solo apretó más los dientes y siguió subiendo.
Nadie sabía que cada noche, al llegar a casa, ayudaba a su madre con las tareas del campo. Que alumbraba sus deberes con una linterna vieja porque no había electricidad. Que cada vez que leía en voz alta, imaginaba un futuro diferente… aunque todo a su alrededor le gritara que no lo lograría.
Una mañana, la lluvia convirtió la colina en lodo. Muchos alumnos no fueron. Pero Mateo sí. Llegó empapado, con frío, pero con su libreta seca, envuelta en tres bolsas.
—Si quieres, puedes entrar a cambiarte —le dijo la directora, conmovida.
—No traje ropa seca, pero traje ganas —respondió él, sin titubear.
Años después, en una ceremonia sencilla pero emocionante, Mateo volvió a esa misma escuela. Esta vez no como estudiante, sino como ingeniero recién graduado. Dio una charla para los nuevos alumnos. Todos lo miraban con respeto.
— ¿Cuál fue tu secreto para no rendirte? —le preguntó una niña de primer año.
Mateo miró hacia la ventana, hacia la colina que tanto había subido, y respondió:
—No fue un secreto… fue una decisión. Si todo hubiera sido fácil, cualquiera lo habría hecho. Pero lo difícil me hizo fuerte. Y lo imposible… me enseñó a no rendirme.
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Reflexión:
El camino cuesta arriba no está hecho para frenarte, sino para formarte. Si fuera sencillo, no enseñaría nada. Por eso, cada vez que sientas que todo se complica, recuerda: lo difícil no es señal de debilidad… es señal de que estás construyendo algo que vale la pena.
¿Qué historia estás escribiendo con tu esfuerzo silencioso?