DON LINO, EL QUE SIEMPRE PERDÍA
(Cuento sobre dignidad silenciosa, sabiduría disimulada y el valor de no tener que ganar)
En cada feria del pueblo, don Lino participaba en todo.
En la lotería de jamones, perdía.
En el campeonato de dominó, quedaba fuera en la primera ronda.
En las carreras de sacos, caía antes de llegar a la mitad.
—Pobre hombre —decían algunos—. No gana nunca.
—Es como si le gustara perder —se reían otros.
Don Lino sonreía igual.
Aplaudía al que ganaba.
Le daba una palmada en la espalda al campeón del mus.
Y siempre decía:
— ¡Bien jugado! Eso es lo importante.
Nadie sabía muy bien de qué vivía.
Solo que tenía las uñas limpias, el jardín ordenado…
y un cuaderno donde siempre escribía algo después de cada feria.
Un año, el alcalde decidió homenajearlo como “vecino ejemplar”.
Don Lino lo agradeció con una reverencia y dijo:
—Qué curioso. Se premia al que siempre pierde.
Y todos rieron.
Todos menos una niña, Lucía, que se le acercó después del acto.
—Don Lino… ¿usted siempre pierde porque quiere?
Don Lino la miró en silencio, luego abrió su cuaderno.
En cada página había una lista:
“Ganó Teresa la tarta. Sonrió por primera vez desde que murió su madre.”
“Ganó Rubén al dominó. Su hijo lo estaba mirando por primera vez.”
“Ganó el jamón Aurelio. No tenía ni para aceite este mes.”
Lucía lo miró con los ojos abiertos.
— ¿Y usted no quiere ganar nunca?
Don Lino cerró el cuaderno, se encogió de hombros y sonrió.
—Yo ya gané… cada vez que alguien se sintió visto.
A partir de entonces, cuando alguien lo veía perder, ya no se reía igual.
Y los más sabios del pueblo empezaron a entender…
que no todos compiten por trofeos.
Hay quienes pierden con intención,
para que otros ganen lo que más les falta:
dignidad, alegría o un poquito de esperanza.
(Cuento sobre dignidad silenciosa, sabiduría disimulada y el valor de no tener que ganar)
En cada feria del pueblo, don Lino participaba en todo.
En la lotería de jamones, perdía.
En el campeonato de dominó, quedaba fuera en la primera ronda.
En las carreras de sacos, caía antes de llegar a la mitad.
—Pobre hombre —decían algunos—. No gana nunca.
—Es como si le gustara perder —se reían otros.
Don Lino sonreía igual.
Aplaudía al que ganaba.
Le daba una palmada en la espalda al campeón del mus.
Y siempre decía:
— ¡Bien jugado! Eso es lo importante.
Nadie sabía muy bien de qué vivía.
Solo que tenía las uñas limpias, el jardín ordenado…
y un cuaderno donde siempre escribía algo después de cada feria.
Un año, el alcalde decidió homenajearlo como “vecino ejemplar”.
Don Lino lo agradeció con una reverencia y dijo:
—Qué curioso. Se premia al que siempre pierde.
Y todos rieron.
Todos menos una niña, Lucía, que se le acercó después del acto.
—Don Lino… ¿usted siempre pierde porque quiere?
Don Lino la miró en silencio, luego abrió su cuaderno.
En cada página había una lista:
“Ganó Teresa la tarta. Sonrió por primera vez desde que murió su madre.”
“Ganó Rubén al dominó. Su hijo lo estaba mirando por primera vez.”
“Ganó el jamón Aurelio. No tenía ni para aceite este mes.”
Lucía lo miró con los ojos abiertos.
— ¿Y usted no quiere ganar nunca?
Don Lino cerró el cuaderno, se encogió de hombros y sonrió.
—Yo ya gané… cada vez que alguien se sintió visto.
A partir de entonces, cuando alguien lo veía perder, ya no se reía igual.
Y los más sabios del pueblo empezaron a entender…
que no todos compiten por trofeos.
Hay quienes pierden con intención,
para que otros ganen lo que más les falta:
dignidad, alegría o un poquito de esperanza.