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LOS BALCONES: Mi padre decía que no deberíamos sentir vergüenza de...

Mi padre decía que no deberíamos sentir vergüenza de ser campesinos, de andar con la ropa andrajosa y oliendo a bueyes. De tener callos y cicatrices en las manos o mugre; mientras nuestro corazón sea limpio, lo demás es apariencia, lo demás es pantalla. Que no debemos sentir vergüenza de llorar mirando hacia el cielo, mucho menos de sentirnos tristes.
El iba arando y mi hermano y yo tras él, sembrando el grano. Unas veces iba cantando Gabino Barrera o Valentín de la Sierra, esas canciones de la época de oro que yo también me aprendí. En otras ocasiones, lo notaba callado, yo que iba a imaginar lo que piensa un señor de cuarenta, qué sabía yo que guardaba en sus pensamientos.
Quería tomarme el atrevimiento de preguntarle ¿Pa’, qué pasa? Pero mejor me quedaba callado. - ¡Tápenlo bien! -decía, ¡Échenle bastante tierra! Qué no lo miren los cuervos, que no lo vean las alas blancas porque se lo comen-.
Pobres de nosotros cuando nos montaba diez surcos - ¡Vuelta y cejo! - nos decía, gran señal de que no había descanso.
Luego venía la limpia de la milpa y nos decía: -entre más cortito el machete, mejor es- pero a mi me gustaba que fuese largo, porque no aguantaba la espalda de estar doblado.
Cuando llegaba el abone, era un puñado pequeño a cada mata, pero cuando miraba que nos hacía falta muchos sacos de abono, le echaba hasta tres puños por mata, para regresar rápido a casa.
Recuerdo también el apero, los bueyes (maleno y el camaleón) con su bozal en el pico, no tenían permiso de comer matas de maíz. Y así, pasaba nuestra infancia; en plantíos y milpas, entre chubascos y días soleados, entre tierra removida y barro, no conocíamos el asfalto, era duro, no lo niego, pero éramos felices.
Después de las espigas, los jilotes y luego -En quince días habrá elotes- nos decía. Quizás ustedes saben ir a la milpa, regresabas con tu saco de elotes, ayotes, camotes, vainas y todo lo que producía aquella tierra. Mi padre decía que no debemos avergonzarnos de nuestras raíces, de esas que crecen en el alma, de esas raíces que llevamos en el torrente sanguíneo, que estemos donde estemos, no nos olvidemos de donde vinimos.
Hace casi ocho años que mi vida dió un giro repentino y todas las noches, sueño que estoy con mi padre en el corral, en la milpa, en el ajetreo. Si me quedara siquiera un deseo pendiente, no pediría otro, elegiría la gloria de volver a vivir en el campo".