Por esta época, el Imperio Romano de Occidente ya se encontraba debilitado por las invasiones esporádicas que atravesaban el Rin y el Danubio. Los pueblos germánicos, con cada vez mayor índice de población, codiciaban las escasamente pobladas tierras de la Galia y los beneficios de estar dentro del Imperio Romano. Hacia el 400, entre el 30 y 50 por ciento del ejército romano estaba constituido por mercenarios germanos. Debido a lo desesperado de la situación, el ejército romano comenzó a alistar grupos de bárbaros como unidades independientes destinadas a defender al imperio del ataque de otros grupos. Esto se hizo especialmente popular durante las guerras civiles del siglo IV, cuando los pretendientes al trono de Roma necesitaban reclutar tropas con rapidez. Estas unidades bárbaras no poseían la lealtad y disciplina de las legiones y tenían sus propios líderes. Esta medida se volvió en contra del imperio cuando enteros ejércitos de bárbaros se sublevaron. Las fronteras del Rin y del Danubio se disolvieron y los pueblos germánicos penetraron en la Galia, los Balcanes e incluso Italia. La lucha se volvió casi incesante a lo largo de una frontera en continuo retroceso, y el número de tropas romanas leales disminuía constantemente.