En un pequeño
pueblo costero de Japón, en la época en que los
barcos aún eran de madera y el
mar dictaba el destino de todos, vivía Haru Tanaka, un pescador que había heredado de su padre y su abuelo no solo la
barca familiar, sino también una lección que repetía como un rezo: “Cuando el mar no te deja salir, trabaja en lo que puedas controlar.”
Era pleno
invierno y una
tormenta rugía desde hacía días. Las olas golpeaban el malecón con tal fuerza que ni los más valientes osaban acercarse al
puerto.
... (ver texto completo)