—Shhh… está hablando —susurró el niño, con el oído pegado al tronco.
Era delgado, de rostro sereno y ojos que parecían saber más de lo que decía. Estaba abrazado a un
árbol en medio del
parque central de Nairobi, como si fuera su mejor
amigo.
Amira, que paseaba por allí en su primer día de vacaciones, se detuvo con ternura.
— ¿Quién está hablando?
—Este —respondió él, acariciando la corteza—. Dice que hoy está triste porque nadie se ha sentado bajo su
sombra.
— ¿Y tú puedes entender lo que dice?
El
... (ver texto completo)