TODOS HEMOS SIDO NIñOS ALGUNA VEZ
Señor, ¿cuánto cuesta eso? -preguntaba un pequeño niño, a la salida de una cafetería, a un señor que salía con un gran paquete lleno de rositas de maíz.
25 céntimos de euro.
Una mueca decepcionada, una mezcla de desaliento y dolor se reflejaban en el rostro rosado del muchacho. Quizás por un instante, el niño confió en que su suerte había mejorado, que podría devorar ansioso lo que apenas conocía...nada más alejado de la realidad. La impotencia cerró el paso a la imaginación, la ingenuidad infantil era trocada en amarga decepción.
Una sonrisa radiante y complacida, como sólo saben reír los niños, fue el pago al humilde gesto.
Gracias, señor, ahora... Le llevaré a mi hermanita... -No dijo más y salió corriendo con su enorme tesoro entre las débiles manos.
Una lágrima de impotencia brotó de los ojos del señor, que palidecía mientras el niño se alejaba.
Ese niño crecerá. Y otros niños pedirán entonces que llenen sus manos de pan, de amor, de todo cuanto necesitan para poder sembrar, cuando les llegue el tiempo; los frutos que deberás comer cuando tus manos cansadas y callosas no puedan formar un cuenco para suplicar.
¿Cuánto cuesta, Señor?... Es a Ud. Sí, a Ud. Que ríe y traga, con esa despreocupada máscara de cinismo y dulzura, a Ud. Que hace gala de prepotencia monetaria, a Ud. Que al parecer ha olvidado que fue niño; aunque, quizás no sepa...¡cuánto cuesta, Señor!
Señor, ¿cuánto cuesta eso? -preguntaba un pequeño niño, a la salida de una cafetería, a un señor que salía con un gran paquete lleno de rositas de maíz.
25 céntimos de euro.
Una mueca decepcionada, una mezcla de desaliento y dolor se reflejaban en el rostro rosado del muchacho. Quizás por un instante, el niño confió en que su suerte había mejorado, que podría devorar ansioso lo que apenas conocía...nada más alejado de la realidad. La impotencia cerró el paso a la imaginación, la ingenuidad infantil era trocada en amarga decepción.
Una sonrisa radiante y complacida, como sólo saben reír los niños, fue el pago al humilde gesto.
Gracias, señor, ahora... Le llevaré a mi hermanita... -No dijo más y salió corriendo con su enorme tesoro entre las débiles manos.
Una lágrima de impotencia brotó de los ojos del señor, que palidecía mientras el niño se alejaba.
Ese niño crecerá. Y otros niños pedirán entonces que llenen sus manos de pan, de amor, de todo cuanto necesitan para poder sembrar, cuando les llegue el tiempo; los frutos que deberás comer cuando tus manos cansadas y callosas no puedan formar un cuenco para suplicar.
¿Cuánto cuesta, Señor?... Es a Ud. Sí, a Ud. Que ríe y traga, con esa despreocupada máscara de cinismo y dulzura, a Ud. Que hace gala de prepotencia monetaria, a Ud. Que al parecer ha olvidado que fue niño; aunque, quizás no sepa...¡cuánto cuesta, Señor!
