EL GENERALIFE
Nadie más. Abierto todo.
Pero ya nadie faltaba.
No eran mujeres, ni niños,
no eran hombres, eran lágrimas
— ¿quién se podía llevar
la inmensidad de sus lágrimas?—
que temblaban, que corrían
arrojándose en el agua. ... (ver texto completo)
Nadie más. Abierto todo.
Pero ya nadie faltaba.
No eran mujeres, ni niños,
no eran hombres, eran lágrimas
— ¿quién se podía llevar
la inmensidad de sus lágrimas?—
que temblaban, que corrían
arrojándose en el agua. ... (ver texto completo)