9º PARTE DE LA HISTORIA. Se sucedían los días y cada vez se mostraba más consumido. Los dolores parece ser que se le iban haciendo menos sensibles en su cuerpo, manteniendo la paz que reflejaba su alma en su rostro sereno.
Se manifestaba sonriente ante sus visitantes los niños. Sobre todo cuando sus compañeros de colegio, los marianos, que se sucedían en grupos, permanecían silenciosos observándole desde la puerta de la habitación como si descubrieran en él algo prodigioso. Un turbante de gasa estéril para proteger el drenaje de la herida dejaba caer por debajo el flequillo de pelo liso, castaño, con los ojos muy grandes, fijos en ellos y silencioso, con un crucifijo empuñado sobre su pecho que jamás dejó caer. Semejaba un ángel de paz.
Fue para él una gracia muy singular las visitas que los
Carmelitas le hacían con frecuencia que, sin duda le confortarían.
Entre ellos destacó el P. Agustín J. Cobos, su profesor en el colegio quien confidencialmente trataba con el a solas y estaba admirado de su fortaleza.
El médico de cabecera, el que le asistió desde el principio de su enfermedad, le visitaba todos los días, de madrugada. Es de notar que este hombre se confesaba sin reparos apóstata de la fe y sin embargo, se quedaba escuchándole y observando su actitud ante la aceptación del dolor y vivencia de Dios, hasta perder la noción del tiempo. Decía: "Este niño tiene algo especial; si no lo viese, no lo creería".
Santos, varias veces le dirigió la palabra: " ¿Sabe Vd. Dr. x, por qué puedo sufrir tanto? Porque Dios está conmigo". Otras veces le decía como venia la Virgen a visitarlo. Y también que el ángel de la guarda estaba a su lado y lo fortalecía.
VI. YO FUI TESTIGO PRESENCIAL
Por último voy a manifestar una escena de la que fui única testigo, en un momento en que mis padres se ausentaron para ir a almorzar. Fue en los últimos días, cuando aparentemente no mostraba ya fervor ni ofrecía sus dolores. Sí se le veía mover los labios. Yo le estaba mirando cuando de repente dio un grito y se sentó en la cama.
Con el brazo extendido, como impulsado por un resorte y mostrando el crucifijo que siempre tenía empujado, decía a gritos: Vete, vete, feo, malo, vete. Mira la cruz de Cristo crucificado, feo, vete"- Y de nuevo volvió a caer desplomado en su actitud normal. No salía de mi asombro, ya que esto sucedió con una rapidez inconcebible después que, dada su gravedad, apenas podía mover sus miembros ni articular palabras con su timbre de voz. Tan evidente fue que mis padres corrieron a ver que‚ ocurría. " ¿Qué es eso, que te ha pasado?" Y con una tranquilidad y alegría en sus ojos, contestó "El demonio, pero se asustó de la Cruz, no puede nada".
¡Qué‚ fuerza interior tenía este niño! ¿Era su naturaleza?
" ¡Todo lo puedo aquel que me conforta!", decía San Pablo.
En plena quietud se fue acabando hasta que el día 6 de febrero, a la hora del almuerzo, manifestó una mejoría inesperada. Dijo que tenía hambre y sed. Pero los intentos por comer fueron inútiles; no podía tragar alimento alguno desde hacía tiempo. Ni siquiera cuando intentaba cambiar de postura podía conseguirlo.
Cuando sintió ser sábado por el repique del "Ángelus", con su voz natural invocó a la santísima Virgen: "Llévame ya, llévame al cielo Madre mía".
Con el esfuerzo por tomar alimento, aunque mostraba satisfacción de que estaba muy bueno sin lograr ingerirlo, volvió de nuevo a su quietud. Alguien le trajo un frasco con agua del manantial de Lourdes, con el que hizo un último esfuerzo.
Y por ultimo, ya tranquilo, durante unos momentos en que salieron mis padres para tomar algo, le dirigí una oración a la virgen que Santos en voz alta iba repitiendo y que terminó como siempre: "Que sea la voluntad de Dios".
Últimas palabras que pronunció pues unos momentos más tarde en que llegaban mis padres, estando los tres con él, le vimos hacer movimientos raros con los ojos y dando un suspiro muy hondo, su alma se desprendió de su cuerpo para ir al encuentro gozoso con Dios por toda una eternidad.
Era el día 6 de febrero, primer sábado de mes. Santos creyó en la Vida Eterna y por eso no le costó desprenderse de esta tierra
"ALLI ESTA DIOS Y LA VIRGEN. YO ESTARE CON ELLOS".
“! Aleluya!” Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, pequeños y grandes..."
"El mismo Dios será con ellos y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá llanto ni dolor por que todo esto es ya pasado"
"La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero". ¡Aleluya! (Ap. 21, 4 y 23)
Se manifestaba sonriente ante sus visitantes los niños. Sobre todo cuando sus compañeros de colegio, los marianos, que se sucedían en grupos, permanecían silenciosos observándole desde la puerta de la habitación como si descubrieran en él algo prodigioso. Un turbante de gasa estéril para proteger el drenaje de la herida dejaba caer por debajo el flequillo de pelo liso, castaño, con los ojos muy grandes, fijos en ellos y silencioso, con un crucifijo empuñado sobre su pecho que jamás dejó caer. Semejaba un ángel de paz.
Fue para él una gracia muy singular las visitas que los
Carmelitas le hacían con frecuencia que, sin duda le confortarían.
Entre ellos destacó el P. Agustín J. Cobos, su profesor en el colegio quien confidencialmente trataba con el a solas y estaba admirado de su fortaleza.
El médico de cabecera, el que le asistió desde el principio de su enfermedad, le visitaba todos los días, de madrugada. Es de notar que este hombre se confesaba sin reparos apóstata de la fe y sin embargo, se quedaba escuchándole y observando su actitud ante la aceptación del dolor y vivencia de Dios, hasta perder la noción del tiempo. Decía: "Este niño tiene algo especial; si no lo viese, no lo creería".
Santos, varias veces le dirigió la palabra: " ¿Sabe Vd. Dr. x, por qué puedo sufrir tanto? Porque Dios está conmigo". Otras veces le decía como venia la Virgen a visitarlo. Y también que el ángel de la guarda estaba a su lado y lo fortalecía.
VI. YO FUI TESTIGO PRESENCIAL
Por último voy a manifestar una escena de la que fui única testigo, en un momento en que mis padres se ausentaron para ir a almorzar. Fue en los últimos días, cuando aparentemente no mostraba ya fervor ni ofrecía sus dolores. Sí se le veía mover los labios. Yo le estaba mirando cuando de repente dio un grito y se sentó en la cama.
Con el brazo extendido, como impulsado por un resorte y mostrando el crucifijo que siempre tenía empujado, decía a gritos: Vete, vete, feo, malo, vete. Mira la cruz de Cristo crucificado, feo, vete"- Y de nuevo volvió a caer desplomado en su actitud normal. No salía de mi asombro, ya que esto sucedió con una rapidez inconcebible después que, dada su gravedad, apenas podía mover sus miembros ni articular palabras con su timbre de voz. Tan evidente fue que mis padres corrieron a ver que‚ ocurría. " ¿Qué es eso, que te ha pasado?" Y con una tranquilidad y alegría en sus ojos, contestó "El demonio, pero se asustó de la Cruz, no puede nada".
¡Qué‚ fuerza interior tenía este niño! ¿Era su naturaleza?
" ¡Todo lo puedo aquel que me conforta!", decía San Pablo.
En plena quietud se fue acabando hasta que el día 6 de febrero, a la hora del almuerzo, manifestó una mejoría inesperada. Dijo que tenía hambre y sed. Pero los intentos por comer fueron inútiles; no podía tragar alimento alguno desde hacía tiempo. Ni siquiera cuando intentaba cambiar de postura podía conseguirlo.
Cuando sintió ser sábado por el repique del "Ángelus", con su voz natural invocó a la santísima Virgen: "Llévame ya, llévame al cielo Madre mía".
Con el esfuerzo por tomar alimento, aunque mostraba satisfacción de que estaba muy bueno sin lograr ingerirlo, volvió de nuevo a su quietud. Alguien le trajo un frasco con agua del manantial de Lourdes, con el que hizo un último esfuerzo.
Y por ultimo, ya tranquilo, durante unos momentos en que salieron mis padres para tomar algo, le dirigí una oración a la virgen que Santos en voz alta iba repitiendo y que terminó como siempre: "Que sea la voluntad de Dios".
Últimas palabras que pronunció pues unos momentos más tarde en que llegaban mis padres, estando los tres con él, le vimos hacer movimientos raros con los ojos y dando un suspiro muy hondo, su alma se desprendió de su cuerpo para ir al encuentro gozoso con Dios por toda una eternidad.
Era el día 6 de febrero, primer sábado de mes. Santos creyó en la Vida Eterna y por eso no le costó desprenderse de esta tierra
"ALLI ESTA DIOS Y LA VIRGEN. YO ESTARE CON ELLOS".
“! Aleluya!” Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, pequeños y grandes..."
"El mismo Dios será con ellos y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá llanto ni dolor por que todo esto es ya pasado"
"La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero". ¡Aleluya! (Ap. 21, 4 y 23)