8 PARTE DE LA HISTORIA. Mas no se fue todavía al cielo; estaría dos semanas más en el lecho de dolor, unida su alma a un hilo de vida que quedaba en su cuerpo que perecía lentamente. Su alma sin embargo, creciendo con ansias al encuentro con Dios al que sólo le faltaba "romper la tela" para contemplar el rostro glorioso de Jesús. Dios permitió durante esta espera darle una experiencia profunda de sentirse unido a Cristo en su dolor. No porque esta experiencia iba a aquilatar su virtud o los méritos de sus sufrimientos y su oblación. "Dios está sobre el cielo y obra con hechos y dichos de eternidad; nosotros; nosotros, ciegos, sobre la tierra, y no entendemos sino por vía de carne y tiempo" (S. Juan de la Cruz. 2 S 20, 5).
V. REPICANDO A GLORIA
Estaba una mañana, de las muchas veces que se le observaba sin señales de vida por su quietud y abstraído de todo. Sin más le oímos sollozar y derramaba lágrimas. Al preguntarle si tenía mucho dolor respondió
"No, no lloro por el dolor". Y muy lento y bajito se le oía entrecortado: "Jesús, va con la Cruz a cuestas, lo van a crucificar, chorrea sangre; no puede más, se cae. Jesús mío, los pecados... Yo también voy contigo y te ofrezco mis dolores por los pecadores. ¡Si lo supieran los hombres no pecarían más!"
Desconcertante esta exclamación de un niño, eco de una queja divina y eterna: ¡Si supieran los hombres! "Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños"
(Mt. 11, 21).
En ciertas ocasiones mostraba un gozo pletórico en su semblante:
¿Estás contento? “ ¡Sí, mi madre del cielo que viene como una paloma con su capa blanca! ¡Qué hermosa, qué resplandor, qué amable, qué buena! ¡Y el niño en los brazos, qué bonito! ¡Madre mía del Carmen, ayúdame, que soy muy pequeño!”. Todo como balbuciendo, con acento de admiración muy pronunciado e intenso, volviendo a repetir las mismas frases varias veces. En ocasiones susurraba: ¡Madre, madre, cuanto te quiero! Si mi madre se daba por aludida, le decía: "Se lo digo a mi
Madre santísima, la Virgen, que está aquí". Y como siempre, se expresaba en exclamaciones de hermosura y de luz...
Y un día, de improviso: " ¡Ay, ay, qué bonito! Uno, dos, más, muchos angelitos. Vienen con el Niño Jesús. El viene en medio, por el cielo. ¡Qué bonito, qué hermosura! ¡Llévame al cielo!". Y alargando la mano como para tomar algo, se quedó en silencio. Pasados unos minutos dijo: "Me dejó una corona". Y al preguntarle si era de espinas, susurro: "No, es de flores blancas y rojas". Como siempre, mi madre, le hizo una aplicación en su aprovechamiento espiritual: "Esa corona será un símbolo de tu alma, blanca; pero que aún queda por sufrir un poquito para que esté más pura”.
Extraigo una frase de San Juan de la Cruz que me da a entender que Dios " reveló" al pequeño Santos "estas cosas", vividas en lo más profundo de su alma al estar identificado con su voluntad en el sufrimiento y en un alto grado: "Visiones... que espiritualmente se reviven en el alma, las cuales son a modo de visiones corporales; porque así como ven los ojos las cosas corporales mediante la luz natural, así el alma con el entendimiento mediante la lumbre sobrenatural de la fe, ve interiormente esas mismas cosas sobrenaturales y otras cuales Dios quiere" (2 S 24, 5)
V. REPICANDO A GLORIA
Estaba una mañana, de las muchas veces que se le observaba sin señales de vida por su quietud y abstraído de todo. Sin más le oímos sollozar y derramaba lágrimas. Al preguntarle si tenía mucho dolor respondió
"No, no lloro por el dolor". Y muy lento y bajito se le oía entrecortado: "Jesús, va con la Cruz a cuestas, lo van a crucificar, chorrea sangre; no puede más, se cae. Jesús mío, los pecados... Yo también voy contigo y te ofrezco mis dolores por los pecadores. ¡Si lo supieran los hombres no pecarían más!"
Desconcertante esta exclamación de un niño, eco de una queja divina y eterna: ¡Si supieran los hombres! "Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños"
(Mt. 11, 21).
En ciertas ocasiones mostraba un gozo pletórico en su semblante:
¿Estás contento? “ ¡Sí, mi madre del cielo que viene como una paloma con su capa blanca! ¡Qué hermosa, qué resplandor, qué amable, qué buena! ¡Y el niño en los brazos, qué bonito! ¡Madre mía del Carmen, ayúdame, que soy muy pequeño!”. Todo como balbuciendo, con acento de admiración muy pronunciado e intenso, volviendo a repetir las mismas frases varias veces. En ocasiones susurraba: ¡Madre, madre, cuanto te quiero! Si mi madre se daba por aludida, le decía: "Se lo digo a mi
Madre santísima, la Virgen, que está aquí". Y como siempre, se expresaba en exclamaciones de hermosura y de luz...
Y un día, de improviso: " ¡Ay, ay, qué bonito! Uno, dos, más, muchos angelitos. Vienen con el Niño Jesús. El viene en medio, por el cielo. ¡Qué bonito, qué hermosura! ¡Llévame al cielo!". Y alargando la mano como para tomar algo, se quedó en silencio. Pasados unos minutos dijo: "Me dejó una corona". Y al preguntarle si era de espinas, susurro: "No, es de flores blancas y rojas". Como siempre, mi madre, le hizo una aplicación en su aprovechamiento espiritual: "Esa corona será un símbolo de tu alma, blanca; pero que aún queda por sufrir un poquito para que esté más pura”.
Extraigo una frase de San Juan de la Cruz que me da a entender que Dios " reveló" al pequeño Santos "estas cosas", vividas en lo más profundo de su alma al estar identificado con su voluntad en el sufrimiento y en un alto grado: "Visiones... que espiritualmente se reviven en el alma, las cuales son a modo de visiones corporales; porque así como ven los ojos las cosas corporales mediante la luz natural, así el alma con el entendimiento mediante la lumbre sobrenatural de la fe, ve interiormente esas mismas cosas sobrenaturales y otras cuales Dios quiere" (2 S 24, 5)