ANTONIO Gil* 22/10/2011
Aquel joven se llamaba Pedro Cerezo y vivía en Hinojosa del Duque, pueblo donde nació y que estoy seguro lleva en el alma serena de los recuerdos entrañables. Así lo demostró hace unos dias, aquí, en Córdoba, en el momento de recibir la investidura "honoris causa" de la UCO, cuando, en sus primera palabras tuvo el detalle de recordar su infancia y sus primeros maestros de aquella Hinojosa de la posguerra, difícil pero luchadora, embarcada de lleno en las tareas agrícolas y ganaderas, pero donde un puñado de jóvenes, muy pocos, buscaban caminos nuevos, bien como seminaristas en el viejo caserón de San Pelagio, en nuestra capital, o como marianos en el Seminario carmelita de la localidad. Aquel joven perteneció a esos jóvenes y escogió enseguida el camino de los nuevos ideales, de los estudios más posibles en aquella época y comenzó a surcar los mares del pensamiento, enamorado acaso de una Filosofía que marcaba actitudes apasionantes ante la historia y ante la vida. Aquel joven se llevó del pueblo muchos paisajes: la silueta de piedra y las anchas naves de la catedral de la sierra; el camino que va a la ermita, --en Hinojosa, la ermita por excelencia es la del Santo Cristo--; la plaza redonda frente a la sede de un ayuntamiento todavía derruido, donde la banda de música ofrecía sus populares conciertos dominicales; la amistad con aquel párroco, Juan Jurado, que luego llegaría a ser canónigo magistral, vicario general y vicario capitular de la diócesis; acaso tambien la novia ideal para desarrollar los mejores proyectos de vida, y, desde luego, un buen puñado de amigos que todavía mantienen con él --Rafael Gil Caballero, por ejemplo--, una hermosa amistad. Aquel joven escaló después las cimas del saber, en una fructífera trayectoria académica e investigadora nacional e internacional. Ahora, la Universidad de Córdoba ha ensalzado su labor y su persona. Tus paisanos, nos alegramos profundamente.
y estamos muy orgullosos.
Aquel joven se llamaba Pedro Cerezo y vivía en Hinojosa del Duque, pueblo donde nació y que estoy seguro lleva en el alma serena de los recuerdos entrañables. Así lo demostró hace unos dias, aquí, en Córdoba, en el momento de recibir la investidura "honoris causa" de la UCO, cuando, en sus primera palabras tuvo el detalle de recordar su infancia y sus primeros maestros de aquella Hinojosa de la posguerra, difícil pero luchadora, embarcada de lleno en las tareas agrícolas y ganaderas, pero donde un puñado de jóvenes, muy pocos, buscaban caminos nuevos, bien como seminaristas en el viejo caserón de San Pelagio, en nuestra capital, o como marianos en el Seminario carmelita de la localidad. Aquel joven perteneció a esos jóvenes y escogió enseguida el camino de los nuevos ideales, de los estudios más posibles en aquella época y comenzó a surcar los mares del pensamiento, enamorado acaso de una Filosofía que marcaba actitudes apasionantes ante la historia y ante la vida. Aquel joven se llevó del pueblo muchos paisajes: la silueta de piedra y las anchas naves de la catedral de la sierra; el camino que va a la ermita, --en Hinojosa, la ermita por excelencia es la del Santo Cristo--; la plaza redonda frente a la sede de un ayuntamiento todavía derruido, donde la banda de música ofrecía sus populares conciertos dominicales; la amistad con aquel párroco, Juan Jurado, que luego llegaría a ser canónigo magistral, vicario general y vicario capitular de la diócesis; acaso tambien la novia ideal para desarrollar los mejores proyectos de vida, y, desde luego, un buen puñado de amigos que todavía mantienen con él --Rafael Gil Caballero, por ejemplo--, una hermosa amistad. Aquel joven escaló después las cimas del saber, en una fructífera trayectoria académica e investigadora nacional e internacional. Ahora, la Universidad de Córdoba ha ensalzado su labor y su persona. Tus paisanos, nos alegramos profundamente.
y estamos muy orgullosos.