Como se acercaba el día de
San Isidro, multitud de gente había acudido a
Madrid desde las pequeñas poblaciones y aldeas de ambas Castillas, y aun de provincias lejanas.
Llenos de curiosidad circulaban los forasteros por
calles y
plazas e invadían las
tiendas y los almacenes para enterarse de todo, contemplarlo y admirarlo.
Uno de estos forasteros entró por acaso en la
tienda de un óptico en el punto de hallarse allí una señora anciana que quería
comprar unas gafas. Tenía muchas docenas extendidas
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