Dos andaluces, que tienen fama de exagerados, hablando:
—El otro día canté una saeta en la
procesión y me salió tan bien que la
Virgen lloró.
—Para cante bueno, el mío —dice el otro—, que se bajó el
Cristo de la
cruz y me dijo: «Tú si que cantas bien, ¡no como el cabrón de ayer que hizo llorar a mi madre!»