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RODALQUILAR: A lo largo de mi vida, cuando llegan estas fechas,...

A lo largo de mi vida, cuando llegan estas fechas, al ver un belén o montarlo yo, siempre, me viene a la mente el recuerdo de un plácido pueblecito, cobijado en el seno de un valle de inusual belleza, debida al colorido proporcionado por sus montañas, y por ese mar, que parece una pintura colgada del cielo para dar más colorido a una de las paredes del hogar que, para mí, es ese valle.
Esto me ocurre, por la idea que tengo del acontecimiento, que es rememorado en estas fechas, y sucedió en la parte más alejada de nuestro Mar Mediterráneo, formada por, los Evangelios del Nuevo Testamento de la Biblia, que en la escuela se estudiaba bajo el título de Historia Sagrada, y por la imagen que se reproduce en mi mente, influenciada por el cine y por el belén, que en sentido figurado significa representación del nacimiento de Jesús por medio de figuras. Entrañable montaje que continúa teniendo multitud de adeptos en España y que, verdaderamente, sigue proporcionando una idea de la Navidad.
Mil novecientos cincuenta y tantos años después, ese acontecimiento se conmemoraba y se celebraba, en la otra punta del mismo Mar Mediterráneo, en una tierra parecida al lugar original del evento, en un tranquilo valle, que en su interior daba cobijo a un pueblecito, que era muy similar a aquella tierra, y casi igual de seco. Sus viejas construcciones, parecían calcadas de las del lugar del Nacimiento, por su parecido, por su pobreza y por su construcción; con muros realizados con piedras y barro, con una terminación encalada; sus tejados planos, realizados con pitacos o agaves y cañas entrelazadas con soga de esparto majado, y recubiertos de arcilla; sus estrechos ventanucos, tenían por reja dos palos cruzados incrustados en la pared, para impedir el paso de un cuerpo; sus toscas puertas de madera, tenían rendijas que dejaban penetrar el aire y la luz; muchas de ellas se cerraban por dentro, a la hora de dormir, con una recia estaca de madera que, penetrando en la pared, impedía que se pudiera abrir la puerta o el postigo superior o cuarterón.
En los tiempos actuales, no quedan muchas de esas construcciones, y sólo se pueden apreciar, en los restos de unas cuantas ruinas que aún se perciben, y algún que otro antiguo cortijo que perdura, pero, cuando yo era niño, eran muchas las que tenían esas condiciones.
Cada vez que veo un belén, no puedo por menos, que establecer alguna comparación de la representación del Nacimiento, con el pueblecito de aquel valle, y rememorar analogías y diferencias.
Allí no había molino que fuera movido por la fuerza del agua del rio, pero sí existían unas molinas, en unos parajes cercanos al pueblo, que se veían desde muy lejos, como la de los Gorriones y la de la Ermita, y no las movía un rio, que no lo había, pero sí tenía este pueblo una rambla que, a veces, llevaba un buen caudal de agua, y donde, algunas mujeres, los días siguientes a la salida de ésta, cuando el agua se volvía clara, al igual que las lavanderas de los belenes, aprovechaban para lavar la ropa en las pozas que se producían, usando alguna piedra grande que hacía las veces de pila o tabla, y después, la tendían en las esparragueras, o en los rimeros cercanos a los bordes de esta rambla.
No había muchos pastores con ovejas, que plácidamente pastasen hierba, como en los verdes espacios de los belenes, pero sí, unos cuantos rebaños de nerviosas cabras, que roían hasta la raíz de todos los tallos verdes que encontraban.
En los belenes hay figuras que van a ofrecerle al Niño los presentes, lo mismo que en aquel pueblo iban los pescadores y cortijeros a ofrecer sus productos. También se ve en ellos el horno con el panadero metiendo el pan, y yo veo reflejados en esa figura a Paco “el panadero”, a Diego o a Luis Iribarne, haciendo la misma faena en la panadería de la empresa. El horno de los belenes es parecido al que había pegado al corral del cortijo del Cuarenta, y otros varios más que yo recuerdo, como el situado en la explanada donde paraba el correo, adosado a la casa donde, al final, Enrique Osorio reparaba el calzado; esta figura de zapatero, también forma parte de los belenes, al igual que la figura del herrero, que hace que con cariño me acuerde de Miguel González, trabajando en su fragua de la Ermita, o en el taller de la empresa.
Tampoco falta en los belenes la figura del pescador con caña en el río; en el pueblo sí había muchos pescadores con caña, como José Gil, Manuel Pérez “Apolinar”, Juan Felices, Ángel Pardo “el chófer”, José Sánchez padre e hijo, Antonio Puertas y alguno que otro más, a los cuales se les veía por los caminos, con sus largas y pesadas cañas indias al hombro, pero pescaban en un bonito mar plagado de pequeñas calas.
Actualmente se ve en algunos belenes la figura de la castañera con su fuego y sus castañas o calbotes, como las llaman en otros lugares; en el pueblo no había castañera, pero teníamos a la Tía Concha, sentada en su silla baja, vendiendo garbanzos “tostaos” y turrón, en todas las fiestas y eventos.
Allí, al igual que en los belenes, había mulas, que no daban calor al Niño, pero, que giraban monótonamente, alrededor de una noria, sacando desde las profundidades, los arcaduces llenos de agua que vaciaban sobre el pilar, para, con paciencia infinita, ir llenando la balsa de agua para el riego; y burros, cargados sus lomos con los haces de leña, las gavillas de cebada o de trigo, para llevarlas a la era, donde se separaba el grano de la paja, o de cañas de maíz con sus mazorcas, que allí llamaban “panochas” en lugar de panojas.
En los belenes, no falta tampoco un buey, y en aquel valle yo no lo vi nunca, pero, mi vecino Miguel Expósito, tenía junto al borde de la rambla, cerca del segundo algarrobo, en un establo, unas hermosas vacas blancas y negras que daban rica leche.
Los belenes tienen figuras de patos, pavos, gallinas y otros animales domésticos y de todo eso había en la mayoría de los patios de las casas de mi pueblo.
Y pozos, no hay belén que se precie, que no tenga un pozo con su caldero y su cuerda, pasando a través de la garrucha, al igual que los pozos y los aljibes que conocí en mi pueblo.
Allí en lugar del castillo de Herodes sobre la montaña, teníamos dos castillos, uno en un paraje con palmeras, como los parajes de los belenes, y otro sobre una pequeña montaña, pero además, a diferencia del de Herodes, éste tiene vistas al mar. Y un cuartel que es lo más parecido en la forma, a los castillos que ponen en los belenes.
El típico papel azul con estrellas que se pone alrededor de los belenes haciendo de cielo, ni se puede comparar con el verdadero cielo que tiene Rodalquilar, y no teníamos estrella de oriente encima del portal, pero la dulce e ilusionada sonrisa de los niños, en estas fechas, en los hogares, iluminaba tanto o más.
Si durante la Navidad llovía, porque allí es difícil que nieve, parecía que era más Navidad, al menos esa era la impresión que a mí me daba, por la sensación de frio que la lluvia y el viento producen, semejando, más si cabe, al Nacimiento que, según la Historia Sagrada, fue en tiempo de frio.
En este valle no había Reyes Magos de Oriente, pero, existía la madre empresa que suplía con creces la ausencia de Reyes Magos, la única diferencia es, que los juguetes de la empresa llegaban en Junio, cuando daban los premios de escolaridad, debía de ser porque Oriente está muy lejos y los camellos cada vez se cansaban más; además el dueño de la empresa (el estado) era amigo de los americanos, que mandaban leche en polvo y queso amarillo para las escuelas.
Por todo lo anteriormente expuesto con sus similitudes y diferencias, cada vez que veo un belén recuerdo las Navidades de mi niñez. Aunque no nieve ni haga mucho frío, aquel lugar, para mí, es de lo más parecido al lugar del Nacimiento, y eso que no he hablado de sus costumbres, y de cómo se celebraba en ese tranquilo valle la Navidad o el nacimiento de algún niño.
Ahora, con el consumismo y la evolución, se dispone de más cosas, los críos tienen juguetes de todas clases y disfrutan de todos los adelantos electrónicos, pero, bajo mi punto de vista, se ha perdido un poco el estilo y el espíritu de la Navidad. En mi niñez, nos conformábamos con menos cosas, y si queríamos algo más, nos lo fabricábamos nosotros, pero vivíamos la Navidad de otra forma, con otro sentir. De todas formas, con diferencias o no, yo creo que en mi pueblo y en aquellos años, en estas fechas, en el aire se respiraba un ambiente navideño, que yo diría que hasta se podía saborear, por eso no puedo por menos que compararlo con un belén.
Esto lo he escrito rememorando mi niñez, con todo el cariño y la mejor voluntad, y recordando un tiempo pasado que nunca volverá.
¡FELIZ NAVIDAD! Para todos los que entran en el foro de Rodalquilar.
Hermenegildo García Pino.