Hace unos días estuve comiendo pescado asado a la plancha, y conforme lo iba asando me vinieron, como con casi todas las cosas que hago, los recuerdos de cuando era niño y estaba en Rodalquilar.
Ni que decir tiene que el pescado que como ahora no es ni parecido al que comía cuando vivía en Rodalquilar, llevado por los pescadores de La Isleta o de Las Negras, vociferando por las calles el buen pescado que llevaban, “ ¡vamos niñas, que lo traigo bien fresco!”, “ ¡vamos que se acaba!”, “ ¡que está vivo y coleando!”, gritaban a los cuatro vientos lo mismo aquel pescador alto y grande de La Isleta, Joaquin creo que se llamaba, que Romero y su mujer o Marcelo que venían de Las Negras, y la verdad es que no mentían. Yo he visto muchas veces como el pescado de roca o de litoral, que aguanta más tiempo vivo que el otro, llegaba a Rodalquilar, en capazos a lomos de un mulo, dando saltos buscando su libertad.
Aún me vienen a la memoria y parece que los estuviera oliendo ahora mismo, los aromas que salían de aquellos patios, unas veces a pescado frito y otras asado, pero siempre bueno y fresco. Si era al anochecer los aromas solían ser a pescado frito, y se mezclaban con los venidos de otros patios, a patatas a lo pobre o con espárragos o con cebolleta, de la cual se echaban hasta las hojas verdes si eran tiernas, o a tortilla hecha con esas mismas patatas. ¡Qué ricas eran las patatas de Las Hortichuelas y de Las Negras!
Pero cuando hablo de pescado asado también recuerdo, y esto si que es verdaderamente un recuerdo pues hace al menos veinte años que no lo como, el pescado seco que comíamos en la zona costera de parte de Andalucía. Hay mucha gente, que no conoce ese manjar, que yo lo califico de dioses como a muchos productos venidos del mar, que no puede hablar de la sensación que produce en el paladar saborear una tira de pescado seco, calentado a la plancha y acompañado de un buen vino blanco fresco o en su defecto de una cerveza, mientras se tiene el otro placer de una amena charla en buena compañía.
Recuerdo como en aquellos pueblos ponían el pescado a secar al sol, colgado de unas cuerdas pendientes de la encalada pared, con una cañita atravesada para que permaneciera abierto, lo mismo jureles que pintarroja o pulpo, este último atravesado por detrás con una caña más grande, siempre me dio la sensación de que parecía un abanico oscuro con flecos. ¡Qué delicia era comer aquel pescado!
Hay cosas en la vida que nunca se olvidan y esta para mí es una de ellas.
Un cordial saludo a todos.
Gildo
Ni que decir tiene que el pescado que como ahora no es ni parecido al que comía cuando vivía en Rodalquilar, llevado por los pescadores de La Isleta o de Las Negras, vociferando por las calles el buen pescado que llevaban, “ ¡vamos niñas, que lo traigo bien fresco!”, “ ¡vamos que se acaba!”, “ ¡que está vivo y coleando!”, gritaban a los cuatro vientos lo mismo aquel pescador alto y grande de La Isleta, Joaquin creo que se llamaba, que Romero y su mujer o Marcelo que venían de Las Negras, y la verdad es que no mentían. Yo he visto muchas veces como el pescado de roca o de litoral, que aguanta más tiempo vivo que el otro, llegaba a Rodalquilar, en capazos a lomos de un mulo, dando saltos buscando su libertad.
Aún me vienen a la memoria y parece que los estuviera oliendo ahora mismo, los aromas que salían de aquellos patios, unas veces a pescado frito y otras asado, pero siempre bueno y fresco. Si era al anochecer los aromas solían ser a pescado frito, y se mezclaban con los venidos de otros patios, a patatas a lo pobre o con espárragos o con cebolleta, de la cual se echaban hasta las hojas verdes si eran tiernas, o a tortilla hecha con esas mismas patatas. ¡Qué ricas eran las patatas de Las Hortichuelas y de Las Negras!
Pero cuando hablo de pescado asado también recuerdo, y esto si que es verdaderamente un recuerdo pues hace al menos veinte años que no lo como, el pescado seco que comíamos en la zona costera de parte de Andalucía. Hay mucha gente, que no conoce ese manjar, que yo lo califico de dioses como a muchos productos venidos del mar, que no puede hablar de la sensación que produce en el paladar saborear una tira de pescado seco, calentado a la plancha y acompañado de un buen vino blanco fresco o en su defecto de una cerveza, mientras se tiene el otro placer de una amena charla en buena compañía.
Recuerdo como en aquellos pueblos ponían el pescado a secar al sol, colgado de unas cuerdas pendientes de la encalada pared, con una cañita atravesada para que permaneciera abierto, lo mismo jureles que pintarroja o pulpo, este último atravesado por detrás con una caña más grande, siempre me dio la sensación de que parecía un abanico oscuro con flecos. ¡Qué delicia era comer aquel pescado!
Hay cosas en la vida que nunca se olvidan y esta para mí es una de ellas.
Un cordial saludo a todos.
Gildo