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IBAHERNANDO: Nuestras sierras son nuestras tierras con sus tesoritos...

Nuestras sierras son nuestras tierras con sus tesoritos ocultos en ellas.
Extremadura es un país de tesoros ocultos en los pueblos, sumergidos en los riachuelos, enterrados en los montes y casi siempre bien custodiados por moros encantados, bellas moracantanas o culebras inmortales.

No hacía falta que los conquistadores extremeños atravesasen océanos para encontrar Eldorado. En la Extremadura de leyenda existen ríos y fuentes de oro, colinas y cerros del tesoro, cuevas repletas de doblones y monedas, majadas y parajes preñados de alhajas esperando a ser descubiertos.

Hay que tener en cuenta que antiguamente no existían los bancos, por lo que ricos y pobres guardaban en casa el poco o mucho dinero que tuvieran. Tampoco existían los billetes, por lo que las monedas valían lo que representaban, el oro o la plata, y el que las acumulaba tenía un tesoro. Y cuando se lograba reunir uno llegaba el dilema de qué hacer con él… porque había ladrones, atracadores, parientes codiciosos… ¿Dónde guardar el dinero? Los muebles de la casa podrían registrarse, las baldosas levantarse, los cuadros descolgarse… era mucho más seguro buscar un buen escondite en las cercanías de las casas, en esos parajes que tan bien conocían, y hacer depósitos secretos en un corral, en un árbol, en una cueva o en una fuente. Muchos guardaban sus monedas en pucheros y los enterraban, especialmente en tiempos de guerra (y hay que tener en cuenta que Extremadura, como zona fronteriza, ha sufrido unas cuantas a lo largo de la historia) y después, si la persona moría, los parientes buscaban en vano y el tesoro permanecía oculto a lo largo de los siglos, esperando en silencio que algún afortunado volviese a sacar su oro a la luz del sol, como le ocurrió a un vecino de Torre de Miguel Sesmero, que encontró enterrada en un corralón una olla llena de monedas.

Hay algunos topónimos extremeños que no ofrecen duda en cuanto a sus interpretaciones, ya que incluyen la palabra “tesoro”, y otras en las que la presencia de las riquezas se intuye o se recrea. Hay incluso quien llegó a afirmar que Las Hurdes fue el escondrijo de las riquezas de los hebreos expulsados. El primero que lanzó la teoría de un poblamiento judío en Las Hurdes fue el notario de Casar de Palomero, Romualdo Martín Santibáñez. En su libro “Las Jurdes: un mundo desconocido en la provincia de Extremadura”, publicado en 1876, expone que muchos de los judíos traídos a Mérida por Vespasiano a finales del siglo IV se trasladaron a la comarca de Las Hurdes, viéndose incrementado su número a raíz del decreto de expulsión de judíos dado por los Reyes Católicos en 1492. A partir de ahí, numerosos escritores lo han seguido, algunos de ellos llegando a afirmar que el río Jurdano es una corrupción del vocablo “Jordán”, nombre puesto por los judíos en recuerdo de aquel otro Jordán que riega las tierras de Palestina.