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SEGUNDA PARTE
FUNCIONES DE LA FAMILIA RURAL LEONESA
I. FUNCION BIOLOGICA
Se entiende por funciones familiares los objetivos a los que tiende la vida y actividad familiar, ya como fines formales, ya como consecuencias de una determinada configuración de conducta en un determinado sistema socio-familiar.
En sociología se han considerado típicas de la familia rural las funciones llamadas institucionales, es decir aquellas a las que tiende la familia como institución social. En esta segunda parte del trabajo analizaremos, por consiguiente, cuáles fueron las funciones institucionales de la familiar rural leonesa y en qué consistía cada una de ellas, comenzando por la función biológica.
Toda institución social tiene como objeto principal atender a alguna necesidad social básica. Así concretamente la familia, como institución nace en torno al afecto e instinto sexual, para satisfacer esta necesidad humana de una forma racional y estructurada, de acuerdo a una serie de pautas de conducta socialmente aprobadas. De aquí que su primera función sea la afectiva y sexual, aunque tenga otras muchas, como veremos en capítulos sucesivos.
Siendo el ayuntamiento sexual la necesidad básica que trata de satisfacer la institución familiar, vemos con sorpresa cómo las jóvenes parejas de todo el mundo rural leonés, sin distinción de lugar ni tiempo, llegaban al matrimonio con una ignorancia total en el campo sexual.
La actividad sexual ha sido el mayor tabú de la cultura rural leonesa y aún hoy sigue siéndolo, debido tal vez a una moral maniquea en la que ha sido formadas estas gentes. Todas las personas entrevistadas coinciden en afirmar que se llegaba al matrimonio: “sin saber nada de nada”, “sin preparación ninguna”, “sin saber a dónde se iba”. En general se quejan los entrevistados de que nadie les hubiese preparado para la vida sexual matrimonial y se acusan de haber hecho ellos lo mismo con sus hijos por falta de conocimientos, de preparación personal y, principalmente, por no saber cómo educar a sus hijos en este campo. Muchos de los entrevistados han dicho que la única persona que los habló de la vida matrimonial antes de la celebración del mismo fue el sacerdote del pueblo, pero siempre de una forma moralizante, insistiendo en los posibles peligros y pecados en que podían incurrir.
Esta familia, con poca formación y con unos principios religiosos confusos, pero coactivos, aspiraba al máximo de productividad, llegando a tener diez a doce partos y catorce a dieciséis gestaciones. No obstante, dado el alto índice de mortalidad fetal e infantil, las familias pronto verían reducido el número de hijos a ocho o diez.
En cuanto a la mortalidad fetal no pudimos obtener datos, ya que la pregunta era mal recibida por considerarla sobre materia tabú. Con todo, alguna de las mujeres entrevistadas no habló de los muchos abortos involuntarios que se producían, principalmente en las épocas de mayores trabajos, debido a los esfuerzos que la mujer hacía en el campo. La mortalidad infantil alcazaba sus más altos índices en los primeros años de infancia y más concretamente en el momento del parto y al final de cada verano, debido a la falta de higiene y de asistencia médica y a la falta de alimentación y de cuidados en uno y otro caso. La siguiente frase de uno de los entrevistados nos ayuda a comprender las condiciones socio-demográficas en que vivió la comunidad rural leonesa: “perder un niño cuando se tenían tantos no era excesivamente importante. Era hasta normal”.
II. FUNCION ECONOMICA
La familia como institución social tiene la función de procurar los bienes necesarios para la supervivencia de todos los componentes de la misma, de manera que todos ellos encuentren asegurada su subsistencia.
La familia rural leonesa, consciente de esta función social, ha tratado de dar una respuesta adecuada, siempre dentro del límite de sus posibilidades, que fueron muy reducidas. Dentro del sistema económico de propiedad privada minifundiaria, el campesino leonés ha encontrado su propia estratificación y la de todos los miembros de su familia. El padre y los hijos varones se dedicaban al cultivo del campo o a la ganadería, mientras que la madre y las hijas se ocupaban de las labores de la casa y en las épocas de reelección salían también al campo,
Fue el caso aparte el de la Montaña y el Bierzo en sus zonas mineras, donde el padre de familia generalmente trabajaba en la mina, mientras que la madre y los hijos hacían el trabajo del campo.
Las tareas del campo no eran excesivamente duras, a no ser durante los meses de verano. Los instrument0s de trabajo eran rudimentarios y simples y la mayoría de ellos de fabricación casera: arados romanos, azadas y azadones, rastros de madera, hoces, guadañas, carros o carretas, etc. Con este instrumental, el trabajo se prolongaba y ocupaba prácticamente todas las horas del día.
El mundo económico-laboral rural leonés estaba impregnado de lo sagrado del “numinoso”. El hombre del campo, indefenso ante las fuerzas naturales, buscaba una ayuda en prácticas mágicas, en devociones y en su conducta religiosa.
De entre los muchos ritos o prácticas religiosas relacionadas con el mundo laboral que mantuvo la familia rural, se pueden mencionar como más comunes a toda la provincia: la bendición de los campos o rogativas, “el canto de los misereres” o letanías que se decían con ocasión de alguna catástrofe, epidemia, sequía, inundación, etc. Las invocaciones, que se repetían a coro a cada uno de los santos de la letanía, eran creación del pueblo teniendo en cuenta las necesidades de cada momento. Ejemplo de estas invocaciones es: “muera la parpaja”, “moja nuestros campos”, “líbranos de la peste”, etc. También fue común el conjuro de las nubes y tormentas, rito que solía hacer algún anciano de la comunidad, usando como instrumentos del rito “el Cristo de los conjuros” y “el libro de los exordios”.
En medio de una situación económica rayando con la miseria, el mundo rural leonés, bajo la protección del numinoso, tendía a una producción de autoconsumo, procurando obtener todo lo que iba a necesitar al año y, a su vez, consumiendo todo lo que había producido. El espíritu de ahorro fue tan grande que, según alguno de los entrevistados, había quienes se pasaban toda su vida ahorrando para contar con una pequeña cantidad de dinero en su vejez. “los años que venían buenos, según testimonio de un montañés de 81 años, se podía llegar a ahorrar hasta cincuenta pesetas”. Este dinero se iba guardando en las propias casas y en los lugares más insólitos: entre las vigas, en los colchones, debajo de las losas del suelo, etc.
Desde el punto de vista social, el trabajo rural cumplía la función de estratificación de todos los miembros de la familia, pero, al mismo tiempo, al encontrarse capital y trabajo unidos, se daba una realización personal en este tipo de trabajo libre y creativo, dando lugar a unas relaciones afectivas, personales y primarias. A su vez, la convivencia de toda la familia, exigida por el trabajo, favorecía la socialización en los valores, costumbres y tradiciones de cada uno de los miembros de la familia.
Este sistema económico-laboral permitía a la familia desempeñar su función estratificativa y educativa.