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CANALES: Continuamos con la historia. Siguiente parte....

Continuamos con la historia. Siguiente parte.
2. La pedida.
Cuando una pareja, después de varios años de relaciones y habiéndolo aprobado previamente sus respectivos padres, tomaba la decisión de casarse, se celebraba en casa de los padres de la novia “la pedida de mano”, acto oficial en el que los padres del novio solicitaban de los padres de la novia la mano de ésta para su hijo.
Como acto cumbre de unas relaciones generalmente muy prologadas, la pedida tenía una importancia especial y se celebraba de acuerdo a un ritual muy detallado. Eran los padres del novio y éste los que acudían a casa de los padres de la novia para hacer la pedida. Generalmente iban al atardecer o ya de noche y usaban las puertas traseras de la vivienda para no ser vistos por los vecinos del pueblo. Todos los cuidados que se tomaban y la pretendida clandestinidad con que se celebraba la pedida tienen su explicación en el significado que se daba a tal acto.
Era la pedida un auténtico trato entre dos familias: la de la novia, que ofrecía la hija y a cambio exigía un precio, una dote, y la del novio, que intentaba hacerse con la joven y en contrapartida tenía que pagar el precio exigido.
El miedo a no llegar a un acuerdo en la dote imponía un cierto sigilo al acto; ya que el ser abandono, uno u otra, a estas alturas era mal visto por la sociedad rural y constituía un grave impedimento para una ulterior pretensión matrimonial.
Cuando se daba una pedida en el pueblo, los jóvenes durante la noche echaban el rastro o sendero de paja, que unía la casa de los novios y continuaba hasta la iglesia. Este hecho no era condenatorio. Con él simplemente se quería dar a conocer a toda la comunidad que en el pueblo se había celebrado una pedida.
Las pautas de conducta que acompañaban a la pedida estaban estructuradas de la forma siguiente: se comenzaba con la merienda, preparada por la madre de la novia y servida en la mesa por la propia novia, para demostrar a sus futuros suegros las dotes de cocinera y de ama de casa que poseía. El plato típico para estas ocasiones fue el cordero asado en la Montaña y Bierzo, mientras que en la Ribera y Tierra de Campos se usó más el pollo estofado.
Durante la comida se hacía las presentaciones y apologías de los prometidos entre los respectivos padres, sin apenas dar participación a los propios interesados. Al final, después de los postres, se pasaba a concretar la dote por parte de padre de la novia. Si se llegaba a un acuerdo en la cantidad fijada, se procedía a concretar el día de la boda, el número de familiares que cada uno podía invitar, los gastos que se pensaban hacer, etc. Por último se hablaba del traje de los novios. Generalmente el novio regalaba a la novia el traje que ´´esta luciría en la boda, mientras que la novia, a su vez, solía regalar al novio la camisa y gemelos y en algunos casos también la capa y sombrero.
El ritual terminaba con unas frases ya hechas, que aún hoy se suelen usar en algunas regiones de la provincia, como signo de buena suerte. Cuando se había llegado a un acuerdo en todos los puntos anteriores, el padre del novio decía al padre de la novia. “el gusto de nuestros hijos es mudar de vida, ¿es éste también el gusto suyo?”. El interrogado contestaba: “lo es”. El padre del novio seguía: “pues si éste es el gusto de todos, que se haga como ellos quieren y que Dios los bendiga”. Otra forma de concluir la pedida es la usada en muchos pueblos de la Montaña, en donde el novio decía al padre de la novia. “a lo que vengo, vengo; si me das tu hija seré tu yerno”.
Hoy prácticamente han desaparecido estas formas de pedida, aunque en muchos pueblos de la provincia quedan aún reminiscencias de estos rasgos culturales.
Una vez concluida la cena de pedida, la pareja quedaba comprometida y las dos familias se comenzaban a considerar como una misma familia. Pero si alguna vez, “después de comido el gallo”, después de la cena, el novio dejaba a la novia o ésta a aquél, tal hecho era considerado como la mayor de las ofensas que una familia podía hacer a la otra. Para estas ocasiones que, aunque no fueron muy frecuentes, existieron todas la comunidades rurales, se creó la figura del intermediario, que era generalmente un amigo de ambas familias, cuya misión era tratar de arreglar las desavenencias antes de que éstas fuesen conocidas por la comunidad. Si el intermediario no lograba una arreglo –el único arreglo posible era el que se celebrase la boda- la familia ofendida juraba odio a la familia ofensora y se creaban entre ellas enemistades que no se borrarían en muchas generaciones.

3. La dote
La dote fue una costumbre generalizada en toda la provincia, aunque la diversidad y cuantía de la misma, tanto en la aportación del novio, dote propiamente dicha, como en la aportación de la novia, fue diferente en cada una de las zonas geográficas y en cada una de las clases sociales.
La cuantía de la dote dependía generalmente de la situación económica de los padres del novio, aunque la tasa la marcaba propiamente el padre de la novia. La dote en las clases menos pudientes podía ser una mula, una vaca, un armario, la cama matrimonial, una manta, una colcha o cosas de valor similar. Entre las clases más pudientes la dote estaba formada por donaciones de mayor cuantía: un prado, una tierra, una casa, una pareja de vacas, etc. Siempre intentando que la dote hiciese juego con alguna de las propiedades de los padres de la novia: fincas vecinas, vacas que hiciesen pareja, etc.
En cuanto a la dote que entregaba la novia, se trataba generalmente de algún regalo, que la mayoría de las veces era parte del ajuar de boda del novio.