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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

ADIÓS INFANCIA, ADIÓS.

Recordaba exactamente que había sido en octubre del año 1935, y estaba completamente segura del día porque en aquella fecha inolvidable aprendió lo que era la angustia y el dolor, a la vez que algo nuevo sobre la felicidad...

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Sólo tenía 10 años, y físicamente era gorda, pecosa, y miraba la vida a través de sus gafas para el astigmatismo. Ya tenía suficiente edad para darse cuenta de que, en su persona, las cintas para el pelo se ensuciaban, los vestidos se arrugaban, y los calcetines se caían hasta los talones (se los "comía")...

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Soñaba con tener unas sandalias de charol con hebillas plateadas, pero calzaba, en cambio, unos espantosos zapatos de color marrón y punteras gastadas, que arrastraba por el suelo cuando no andaba dando puntapiés a las latas, cantos, o cualquier cosa que encontraba por el suelo, cuando sóla como casi siempre, volvía de la escuela a casa...

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Debido a la frustración continua que sentía por su gordura, las pecas y los dichosos zapatos, se había acostumbrado a fantasear durante el trayecto para que el camino, aunque el pueblo era pequeño, se le hiciese más corto y agradable...

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Los papeles que desempeñaba en su "fantástico teatro" variaban. Si un día no se sentía con ganas de andar por la selva con Tarzán (Ella, Jane) o no le apetecía quemar a una bruja en un horno, se convertía en hada que a su vez convertía a una hormiga en un hermos caballo que galopando la ponía en su casa en menos de un Santiamén...

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Nunca dijo nada a nadie sobre sus imaginarios personajes, porque aquel era un maravilloso mundo personal inventado por ella, en el que nada resultaba imposible.

Así pues, aquel luminoso día de otoño pasaba desapercibido para ella, inmersa como estaba en su mundo imaginario, pero al revolver la esquina y entrar en su calle después de haber aflojado el paso para admirar "sus sandalias de charol", resultó que sólo vio los zapatos marrones que llevaba siempre. Alaramada, miró su "túnica de gasa", y descubrió de pronto que era un babero normal y corriente cerrado por delante con botones...

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Nunca le había fallado la fantasía de aquella manera, así que se paró en seco para reflexionar sobre el curioso malestar que sentía en aquellos momento. Por más esfuerzos que hacía, no lograba convencerse de que estaba vestida con tules y gasas, de que podía volar, y de que la varita mágica que otros días llevaba en su mano, este día no la veía por ningún sitio....

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En un relámpago de asustada comprensión descubrió que había crecido, que su mundo mágico se había quedado atrás. Supo entonces que, desde aquel momento, lo vería todo aquello únicamente en la distancia, como lo veían las personas mayores. La certidumbre de esa triste realidad estuvo a punto de hacerla llorar, cosa que pudo evitar tras los muchos pucheros y muecas que salieron a la luz a través de sus labios, ojos y boca...

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Sintió por primera vez la más amarga de las emociones del mundo mundial, del mundo de los adultos, el dolor por el paso irrevocable de una parte de la propia existencia...

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Ahora, mi amiga se sorprende de que fuera capaz de reconocer todo aquello con tanta precisión. Pero el caso -dice-, que lo percibió, que se dió cuenta claramente de la importancia del momento, y que incluso pensó: "Tengo que recordar esto".
Se frotó el estómago, de donde le parecía que brotaba aquella pena que sentía, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la había visto hacer pucheros, y para fijar en la memoria los detalles de aquel día...