ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Pueblo nevado
Foto enviada por ESTRELLA

Todos los días, volvía Heidi a las montañas con Pedro y sus cabras. Mas llegó el otoño y con él unos vientos muy fuertes que hacían que los abetos frente a la casita del abuelo suspiraran y gimiesen.

—Sopla ahora un viento demasiado fuerte para que puedas subir a la montaña —dijo un día abuelo Anselmo.
— ¿Es que están ardiendo? —preguntó Heidi.

—No, siempre se ponen así a la caída de la tarde. Es el sol que se despide de ellas con un beso.

Cogidos de la mano, Heidi y Pedro emprendieron el regreso a la casita del abuelo.

Cuando divisaron al anciano, sentado bajo los abetos, fumándose su larga pipa, Heidi corrió a saludarle, seguida por Flor y Mariposa. Pero antes se despidió de Pedro:

—Buenas noches, Pedro. Buenas noches, Copito de Nieve.
... (ver texto completo)
De pronto, el sonido de unas alas que se agitaban despertó a Heidi.

— ¡Pedro, Pedro! ¡Despierta! —Pedro corrió junto a Heidi y ambos observaron a un águila inmensa que volaba sobre sus cabezas. El animal fue remontándose hasta alcanzar el pico más elevado, donde ni siquiera en verano se derretía la nieve.

Cuando la luz del sol empezó a declinar, las montañas comenzaron a adquirir una tonalidad cada vez más rojiza.
—Porque la semana pasada vendieron a su madre en la ciudad. Supongo que debe sentirse abandonada.

—Pobre Copito de Nieve —dijo Heidi, abrazándose al cuello de la cabra—. Vendré a verte todos los días y hablaré contigo para que no te sientas abandonada.

Al llegar a los pastos que había en la cima, Pedro halló un lugar apropiado para sentarse a almorzar. Comieron su pan con queso y tomaron su leche de cabra, y luego se quedaron dormidos bajo el cálido sol.
Le indicó dónde crecían las hierbas silvestres de fragante aroma. Le enseñó a pronunciar los nombres de las cabras y cómo silbar para llamarlas. Heidi no paraba de correr entre los animales, charlando con cada uno de ellos.

De pronto, Copito de Nieve, la más pequeña de las cabras, se puso a balar.

— ¿Por qué gime? —preguntó Heidi.
Pedro se alegraba de contar con la simpática compañía de Heidi en la solitaria montaña, y estaba satisfecho de poder mostrarle todas las cosas que él conocía. Le enseñó una hondonada donde muchas flores de diversos colores ofrecían sus pétalos al sol.
Heidi aceptó encantada, diciendo:

— ¡Sí, sí, abuelo!

—Cuida bien de Heidi —dijo el anciano a Pedro mientras le entregaba una bolsa con el almuerzo de Heidi— Y no dejes que se caiga o se lastime.

Era una mañana muy hermosa. El sol brillaba intensamente sobre las verdes laderas y relucía sobre los picos cubiertos de nieve. Heidi correteaba y brincaba por entre las flores silvestres. Se detuvo para recoger en su delantal unas gencianas de un color azul oscuro, unas delicadas prímulas rojas ... (ver texto completo)
Heidi con su abuelo

Heidi se despertó en su nuevo hogar sintiéndose muy contenta. Entonces oyó fuera un silbido.

Era Pedro, el chico que guardaba las cabras, que había venido en busca de Flor y Mariposa para conducirlas a los elevados pastos de las montañas.

Heidi se vistió con toda rapidez y corrió afuera.

— ¿Te gustaría subir a la montaña con Pedro y las cabras? —preguntó abuelo Anselmo.
—Buenas noches, pequeña Heidi —murmuró, inclinándose para besarla— ¡Que descanses!
Anselmo se levantó de la cama, creyendo que tal vez la niña estaría asustada. Pero cuando subió al henil halló a Heidi profundamente dormida, con su sonriente carita apoyada en las manos. Se quedó observándola hasta que unas nubes cubrieron la luna y oscurecieron la habitación.
Durante la noche arreció el viento. Soplaba tan fuerte, que la casita crujía y chirriaba. En el cobertizo de las cabras, Flor y Mariposa, muy juntas, balaban.

Dos grandes ramas de abeto cayeron estrepitosamente sobre la casita.
Mientras el sol se ponía detrás de la elevada montaña y el viento silbaba cada vez más fuerte a través de los árboles, Heidi tomó asiento en el banco frente a la casita y se tomó la leche.

—Buenas noches, Flor; buenas noches, Mariposa —dijo la niña, antes de entrar a acostarse—. Buenas noches, abuelo; buenas noches, Pedro.
preguntó Heidi—. ¿Son nuestras de verdad? ¿Cómo se llaman’ ¿Vivirán siempre con nosotros?

—No tantas preguntas a la vez, Heidi —dijo el anciano—. La blanca se llama Flor, y la marrón, Mariposa. Ahora ve a buscar tu cuenco mientras Pedro ordeña la cabra.
Después de cenar, abuelo Anselmo confeccionó una silla especial para Heidi. Más tarde, cuando empezó a oscurecer y el viento silbaba fuerte por entre los viejos abetos, Heidi oyó un silbido y el murmullo ae unas campanitas. Era Pedro que volvía con las dos cabras de Anselmo.

— ¿Son nuestras esas dos cabras, abuelo?
—Me alegra ver que quieres ayudarme —murmuró el anciano—. Pero no sé dónde vas a sentarte. Esa banqueta es muy baja y no alcanzarás a la mesa.

Total que puso su silla frente a Heidi para que la utilizara a guisa de mesa. Luego le sirvió leche y le dio una rebanada de pan con queso.

Cenaron maravillosamente.


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