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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Misa romeria
Foto enviada por cuenka

En cuanto a mí, todavía no he salido de mi asombro al verme de nuevo aquí en Bagdad, sano y salvo. ¡Y todavía más rico que antes!
¡Era mi barco! El capitán seguía buscando a los supervivientes del episodio de la ballena. El hombre se quedó estupefacto al verme asomar la cabeza por el barril de cerveza, ¡y más estupefacto todavía al verme cubierto de oro!
La corriente volvió a impulsarme mar adentro, donde permanecí flotando a la deriva por espacio de tres noches y tres días. Me hallába dormido cuando, de improviso, el barril chocó con el costado de un barco y escuché una voz que sonaba sobre mí.
Todas las serpientes, una por una, intentaron devorarme, pero ninguna consiguió tragarse el barril. Al fin, se alejaron reptando por entre bancos de arena hacia la orilla de la Tierra de las Serpientes Marinas.
El barril empezó a girar mientras las serpientes nadaban alrededor del mismo. Una de ellas cerró sus fauces en tomo al barril, mas éste era demasiado grande y no consiguió engullirlo. Acabó por escupirlo y se alejó, silbando enfurecida.
Desesperado, vacié el barril lleno de fruta y me metí dentro. Allí permanecí encogido como la yema en un huevo de madera.
Al llegar a la orilla, me precipité aterrado sobre mi balsa y me dirigí mar adentro remando furiosamente. ¡Pero las serpientes marinas emprendieron mi persecución a través del agua! Sus escamosos e irisados cuerpos llegaron a circundarme. Luego, abrieron sus bocas y comenzaron a devorar la balsa como si se tratara de simples ramitas. De sus temibles fauces brotaba veneno.
Seis, siete, hasta ocho serpientes inmensas se deslizaron por la playa, luciendo al sol sus afiladas lenguas.
Entonces oí un penetrante silbido. Levanté la mirada y vi que los árboles de un extremo de la playa comenzaban a moverse. De repente, una enorme cabeza, listada y reluciente, se alzó por encima de los árboles más altos y unos brillantes ojos se clavaron en mí sin parpadear.
Pronto reuní la madera suficiente para construir una pequeña balsa, que amarré con largas tiras de mi turbante. Llené el barril de fruta para la larga travesía que me aguardaba, lo coloqué sobre la balsa y llené mis holgados pantalones con polvo de oro; apenas si podía mover las piernas.
Entonces pude comprobar cuántas riquezas yacían a mi alrededor. En lugar de arena, unas dunas de oro se amontonaban a lo largo de la playa. “Construiré una balsa”, me dije, “y me llevaré a Bagdad todo el oro que pueda”.
Mi barril alcanzó la costa y yo bajé a ella. Un riachuelo de agua dulce llegaba a la playa procedente de un manantial entre los árboles y arbustos. Y en él flotaban fruta fresca, sabrosos melocotones y jugosas bayas. Elevando una oración de gratitud, apagué la sed y sacié mi hambre.
— ¡He dado con mi fortuna o mi muerte! —exclamé—. Esta es seguramente la Tierra de las Serpientes Marinas, donde pepitas de oro adornan la playa, guardada por monstruosas serpientes que devoran a los marineros.
Al aproximarme, la sorpresa y el terror hicieron que mi corazón se pusiera a latir violentamente.
Durante toda la noche los peces jugaron a mordisquear mis pies. Cuando comenzó a clarear, apareció en el horizonte una pequeña isla, como una nube verde. La miré esperanzado y me dirigí hacia ella moviendo fatigosamente los pies y las manos.


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