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LUEY: II. La Iglesia del pueblo...

Queridos amigos que habéis llegado a este foro para conocer algo de Luey.
Ahora os voy a hablar de nuestra iglesia. Como veis, escribo iglesia con minúscula, porque me refiero al edificio, al templo que semanalmente nos acoge para la celebración de la Misa. También nos acoge cuando surge algún acontecimiento alegre o triste en el pueblo: bautizo, funeral, matrimonio, etc. (aunque en este último año, durante mi servicio como párroco, no he tenido aún ninguno).
La iglesia de todo pueblo:
Sabéis que en occidente, especialmente en Europa, una de las características más salientes de la arquitectura de nuestros pueblos es la iglesia, que suele estar al centro, como madre que desea acoger en torno a sí a sus hijos. Aunque es un edificio religioso, ha venido prestando a lo largo de los siglos una función civil de importancia. Sus campanas colocadas en la parte más alta de una torre no sólo han llamado a la oración y a congregar a los cristianos, sino que en algunas épocas sirvieron para dar avisos importantes: aviso de incendio, aviso de extravío de alguna persona o animal, aviso de llegada de alguna autoridad, etc. Para cada uno de estos eventos tenía su peculiar modo de sonar. Es posible que los más veteranos de nuestros pueblos recuerden aún el sonido lastimero con que avisaban el fallecimiento de algún vecino. La familia avisaba al sacristán y éste hacía el repique correspondiente. Entonces la gente se movilizaba y salía a recibir información: ¿quién ha sido? ¿Qué ha pasado?
Si los pueblos estaban próximos, estos avisos llegaban a los pueblos más cercanos, que sintonizaban inmediatamente y se ponían al corriente de los “acontecimientos” más próximos. Eran las campanas, como ahora es el teléfono o el telediario vecinal. (Continuará)

II. La Iglesia del pueblo
Queridos amigos que buscáis vida en este foro de Luey. Continuamos con el tema de la iglesia del pueblo:
La iglesia del pueblo –de cualquier pueblo- también ha sido, con frecuencia, una referencia importante en la vida de la comunidad vecinal. Junto a ella se establecía la plaza del pueblo, que muchas veces era el centro geográfico de todos los barrios y calles. Una de las calles más características era la “Calle de la Iglesia”, que desembocaba en la plaza y terminaba en el edificio del templo.
Como en épocas pasadas era lo normal -en los países del sur de Europa- acudir masivamente a la Misa dominical, ésta terminaba con una espontánea concentración de vecinos con sus panas nuevas, sus sombreros, sus botas y un cigarrillo en la boca, para hablar del tiempo, de la cosecha, de alguna noticia que traía de la capital algún viajero de la semana. Allí, en el atrio de la iglesia, se enteraban algunos de las últimas noticias que venían en el “papel” y que el médico o el maestro leía y comentaba para los presentes.
Al cabo de un rato, cuando la conversación ya estaba bien enhebrada, salía del templo el señor cura párroco, que lucía bonete y una llave enorme con que había cerrado las pesadas puertas.
¡Qué iglesias aquellas!, ¡Qué tiempos aquellos!
Pero la iglesia, además de cumplir una función social, cumplía una función religiosa. Era lo más importante.
Delante los niños y niñas (a ambos lados del pasillo central, respectivamente), detrás de ellos las mujeres, bajo el coro los hombres, y en el coro, los mozos, para contemplar una panorámica no siempre del culto religioso.
Allí también, en el centro, delante, estaba el armonio que tocaba con maestría el sacristán para todos los domingos, funerales y bodas. Los bautizos de aquellos tiempos no tenían música. El sacristán era un hombre hecho y derecho, hábil para muchas cosas: sabía sus latines (a su manera), cantaba y tocaba, entendía los secretos de los objetos y ornamentos de culto y dominaba los libros gruesos y apergaminados donde se encontraban los latines del cura. (Continuará)