PEDRO MARTINEZ: LEYENDAS GRANAINAS... El Jardín de los Aromas....

LEYENDAS GRANAINAS... El Jardín de los Aromas.

Cuenta la leyenda, que tras la toma de Granada por los Reyes Católicos, todos aquellos cristianos que ayudaron, colaboraron e hicieron posible la conquista de Granada, como, héroes de guerra, guerreros y señores de la corte, recibieron como premio a sus gestas, algunas casas expropiadas o abandonadas a los musulmánes que habían sido derrotados.
Entre aquellos cristianos, se encontraba un escudero llamado Martín Lozano, a éste, le había tocado en suerte un pequeño, pero precioso carmen, en el bello barrio Albaycinero.
Allí se fue a vivir inmediatamente Martin con su hija Maria, acompañados también de la hermana del padre, su tía, llamada Marcela.
Lindando con su pequeña y nueva casa-carmen, había un antiguo y esplendido palacio árabe.
La joven Maria, con tantas emociones y ajetreo por la mudanza, esa noche le costaba conciliar el sueño, en cierto momento durante la madrugada, llegó hasta ella un olor tan embriagador, que olía a jazmines, azahar y madreselva, todo junto, dicho aroma, entraba a través de la ventana de su alcoba, entonces la joven curiosa se aproximó a ella, y cuando abrió aquellos antiguos postigos de madera, la bella Maria quedó maravillada por lo que tenía ante sus ojos...
Ante ella, había un hermoso jardín repleto con toda clase de flores, plantas aromáticas, cipreses e innumerables árboles frutales, además de un gran estanque de aguas cristalinas.
Junto al estanque un apuesto joven de rasgos y vestimentas árabes miraba embelesado a la bella joven.
Tal fue la impresión que se llevó Maria ante aquella visión, que pensó que era una jugarreta de su cerebro causada por el cansancio, cerró la ventana y se acostó.
A la mañana siguiente, al despuntar el día, Maria volvió a la ventana, quiso ver de día lo que creyó ver la noche anterior, pero... efectivamente, todo fue fruto de su imaginación, ya que allí, todo había desaparecido, solo se veía un jardin seco y abandonado rodeando una alberca sucia y descuidada, ella tuvo razón, fue solo una ilusión provocada por el cansancio.
Esa misma noche, y a la misma hora, más o menos, volvió a inundar su alcoba aquel aroma embriagador, ella corrió hacia la ventana, no se lo podía creer, allí estaba de nuevo, aquel hermoso vergel de la noche anterior, y por supuesto, el apuesto joven de vestimenta árabe, que en esta ocasión, y sin dar tiempo a que Maria cerrará la ventana, se acercó a ella, y ambos estuvieron conversando el resto de la noche.
Asín, pasaron los días, o mejor dicho, las noches, que durante semanas les sirvieron para conocerse y enamorarse locamente.
Un día, su padre, el escudero Martín, ajeno a todo lo que estaba ocurriendo entre su hija y el misterioso joven árabe, prometió a su hija a un joven conocido del barrio del Albaycin.
Maria temerosa ante aquel nuevo acontecimiento, y ante la posibilidad de perder a su amante nocturno, esa misma noche le explicó a éste los planes que para ella tenía su padre, pero al joven árabe, no pareció alterarle mucho y tranquilizó a Maria diciéndole, que el, no permitiría que eso pasara.
La noche antes de la boda con el vecino del Albaycin, el padre organizó una fiesta de celebración ante el inminente enlace del día siguiente, pero, durante dicha celebración, se produjo un fuerte terremoto que hizo que parte del palacio se derrumbara, y quedara, ahora si, al descubierto a los ojos de todos, el Hermoso y misterioso jardín, del estanque apareció el joven musulmán, engalanado con sus mejor vestimenta y con una extraordinaria fuerza, atrajo a Maria, a su padre y la tía hacia el estanque, donde todos desaparecieron como por arte de magia, y nunca más se supo de ellos.
Al día siguiente, tanto el palacio árabe como la casa del escudero, aparecieron totalmente destruidos.
Se dice, se cuenta, que los dos amantes el padre y la tía desaparecieron por un camino subterráneo que había bajo el estanque y aparecieron en la Alpujarra, donde se casaron, vivieron felices y comieron perdices.


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