A escasos metros de la Mezquita-
Catedral, en la
calle dedicada al ilustre arqueólogo Don Ricardo Velásquez Bosco, quien recordemos restauró varias de las
portadas del templo mayor de nuestra ciudad ente otros méritos, encontramos un pequeño y desgastado
capitel de avispero empotrado en una
esquina, éste capitel nos marca el comienzo de la Calleja de las
Flores.
La Calleja de las Flores se ha convertido, con el paso de los años, en un icono de nuestra ciudad, en una
postal típica que los turistas buscan para fotografiar. Sin duda se trata de una de las vistas más bellas, de entre otras muchas, que nuestra ciudad puede ofrecer. La
Torre Campanario que trazara Hernán Ruiz aparece atrapada entre los
tejados de las blancas
casas del
casco antiguo de la ciudad, una perspectiva cautivadora, enriquecida con un sinfín de macetas que impregnan de frescor y
colorido la ya de por sí única estampa.
Las casas que antaño poblaban la Calleja de las Flores han ido, poco a poco, dejando paso a
tiendas de souvenirs y otros negocios que se nutren del turismo, lo que en cierto modo ha desvirtuado la imagen primitiva de la misma. Aún así, mantiene el encanto suficiente como para poder participar en esta sección, como un lugar de especial interés de quien desee visitar
Córdoba.
Al fondo de la calleja se abre una pequeña
plaza que, en realidad, se trata de un
patio de vecinos, en el que destaca la famosa
casa nº 2, perfectamente engalanada por decenas de macetas, y por la que no pasan los años. La plaza se encuentra ataviada por una coqueta
fuente que, al parecer, fue realizada por Rafael Bernier, antiguo vecino de la plazuela. De planta octogonal, posee un excepcional
pilón, idóneo para quienes busquen un lugar tranquilo para sentarse a descansar y disfrutar a la vez de una buena vista. En el centro, sobre un pequeño pedestal, también octogonal, se alza una
columna lisa de granito que sustenta un viejo y deteriorado capitel corintio, dicen los estudiosos que de época
romana, de tiempos del Emperador Adriano.
La calleja y plazuela existen desde tiempo inmemorial, pero su estado actual se debe a una reforma realizada por el arquitecto municipal Víctor Escribano Ucelay a mediados de la centuria pasada, siendo alcalde de la ciudad Alfonso
Cruz Conde. Escribano Ucelay sustituyó el pavimento existente por el típico empedrado cordobés realizado a base de cantos rodados, y colocó
plazas de granito junto a los lienzos de muro, a modo de pequeñas aceras. Además, tendió un par de arquillos de medio punto y rebajados, con los que enriqueció la perspectiva, y encaló los muros de las casas, para que hubiera un mayor contraste con el verde de las macetas.