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RODALQUILAR: De nuevo se produjo la migración de toda su especie...

De nuevo se produjo la migración de toda su especie hacia el sur de España, al llegar el final del verano. Sobrevolando el lugar en que fue herida, comenzó a temblar de miedo, no cejaba de mirar hacia la tierra por si veía aparecer alguna escopeta. Sus compañeras de vuelo, se dieron cuenta de lo que le sucedía y decidieron volar por debajo ella, arropándola de tal manera que casi no pudiera ver la tierra, para que se olvidara del malvado hombre de la escopeta y perdiese el miedo.
Ya estaban cerca de Andalucía, cuando un repentino, caluroso y fuerte viento del oeste, les hizo que no pudieran rectificar la deriva, empujándolas hacia la costa, siendo cada vez mayor la lejanía de la ruta conocida por toda la bandada. Cundió el pánico entre las aves que la rodeaban y ahora fue ella quien las tranquilizó al decirles que no se preocuparan, que ella conocía los lugares que estaban sobrevolando y que se dejaran llevar por el viento y guiar por ella, pues pronto llegarían al valle donde pasó el anterior invierno.
Tomaron tierra en el humedal del Playazo. Cuando todas se calmaron, del miedo que habían pasado, fueron a felicitarla por haberlas guiado hasta tan espléndido y solitario lugar. Allí descansaron y se alimentaron durante los días que duró el ventarrón de poniente. Viendo lo a gusto que se encontraban decidieron que no era mal lugar para incluirlo en los mapas de su memoria, por si en el futuro necesitaban de él. Aquella ruta quedó grabada en la mente de las aves, que procuraron, a través de sus enseñanzas y de sus genes, pasar ese conocimiento a sus descendientes, aunque continuaron su viaje migratorio.
Unos años después, al regresar la renovada bandada en su viaje hacia el sur, la casualidad hizo que les volviera a sorprender un gran ventarrón de Poniente. Sus fuerzas ya flaqueaban de tanto luchar contra el viento y entonces algunas recordaron su primer vuelo y las enseñanzas de sus antecesores y decidieron dejarse llevar por el viento hasta dar con el lugar.
Aterrizaron en el espacio donde muchos años antes había estado el humedal salobre. Se miraban extrañadas de no encontrar allí lo que sus antecesores les habían comentado y lo que algunas de ellas habían visto. Todas miraban con un atisbo de recriminación a las más veteranas y expertas en orientación. Éstas, encogiéndose y haciendo ostensibles gestos de no comprender lo que pasaba, les dijeron que la situación era exacta, que el lugar era el preciso según el GPS que en su cerebro tenían, que el reconocimiento de los accidentes geográficos y de los campos magnéticos terrestres no las engañaban, que algo extraño había pasado.
Sobrevolaron el valle a baja altura, pero no encontraban ninguna de las balsas con agua de las que les habían hablado, tampoco existían las huertas y las higueras. Lo único que reconocieron fue el castillo rodeado de una muralla con redondos torreones que en el centro tenía una torre cuadrada, aunque estaba más deteriorado.
La gente del pueblo, viendo el vuelo de tan inusual bandada por esos parajes, se dio cuenta de que algo raro pasaba. Observaron a las nerviosas aves en sus cortos vuelos, excitadas por verse perdidas, y hasta el Playazo acudieron algunos de los que más entendían de aves, por haber tenido en su juventud: pollos de perdiz cautivos, palomas en palomares, colorines en sus jaulas, y en la entrada de la casa, sobre un pié metálico culminado con un aro, algún loro traído de Sudamérica.
Estos vecinos se reunieron, deliberaron según sus conocimientos, y acordaron acercarse a las Salinas del Cabo de Gata, con la idea de capturar algún ave de su misma especie, para que les sirviera de guía a esta bandada. Del mismo modo que en los años cincuenta y sesenta, donde había algún pequeño manantial o agua de escorrentía, cazaban jilgueros con red, capturaron un par de aves en las Salinas y con ellas marcharon al Playazo.
Con estas aves en brazos, acariciando suavemente su plumaje para inspirarles confianza, llegaron hasta donde años antes estuvo el salobral. Las aves perdidas los miraban con desconfianza, preguntándose extrañadas qué hacían estos hombres. Al poco vieron con suspicacia que dejaban libres entre ellas, a las aves que habían traído en brazos, retirándose con sigilo poco después.
Al quedar solas las aves, como todas eran de la misma especie, y se entendían perfectamente, iniciaron el diálogo. Se contaron entre ellas sus aventuras y desventuras y las últimas en llegar dijeron a las que aterrizaron en el Playazo, que las podían llevar hasta un lugar perfecto para pasar el invierno, donde estaban sus hermanas, que a buen seguro serían bien recibidas y así engrosarían la bandada. Todas se alegraron de tan buena noticia y acordaron que, a la mañana siguiente, emprenderían el vuelo al nuevo hogar.
Muy de mañana emprenden el vuelo hasta las Salinas del Cabo de Gata. Llegadas a su nuevo hogar, efectivamente fueron bien recibidas como nuevos miembros de la bandada, y allí pasaron el invierno, tiempo en el cual fueron consolidando lazos familiares y amistosos entre toda la especie.
Al llegar la primavera, todas juntas fueron al mismo lugar, allende Los Pirineos, pero al otoño siguiente, al volver de regreso, de esta gran bandada se separó una parte, que dio varias pasadas sobrevolando el pueblo, saludando con sus graznidos a todo el vecindario, en señal de agradecimiento por lo que por ellas hicieron, y así, como ritual, sus descendientes lo siguen haciendo todos los años, aunque la mayoría de los vecinos del lugar no se enteren de ello.
No hace mucho, en el último viaje a tierra almeriense, estando en la playa de La Fabriquilla del Cabo de Gata, un ave le contó este relato al nuevo perro que mi hijo tiene, al decirle el can al ave, que el padre de su dueño era de Rodalquilar. Al volver del viaje, el animal, que también a mí me quiere poco menos que a su dueño, me ha contado esta historia, en agradecimiento por las golosinas que le doy cada vez que lo veo. Así fue cómo, muchos años más tarde, me enteré de lo que le ocurrió a un ave cuando yo era niño y existía el humedal del Playazo y de la suerte que corrió la bandada a la que pertenecía y de cómo, generación tras generación, unas aves a otras, se han ido contando la historia de su bandada.
Hermenegildo García Pino.