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RODALQUILAR: En el descampado existente entre la iglesia y la parte...

En el descampado existente entre la iglesia y la parte trasera de las casas del Pintao, un grupo de niñas y niños anda cogiendo plantas silvestres; han arrancado algunas y unos hijuelos de agave, o pita como aquí los conocemos, de los que salen alrededor de la planta, con sus raíces y tierra de alrededor, para adornar el Belén, que, en estas fechas, se empieza a montar en la parte izquierda de la entrada de la iglesia, en el espacio reservado para la pila bautismal. Es curioso que, a pesar de la distancia que hay entre ellos y yo, pueda ver con tanta nitidez hasta el más mínimo detalle, como las raíces de las plantas y los churretes que en la cara lleva uno de los chicos, por haberse tocado ésta, teniéndola sudorosa, con las manos sucias de tierra.
Diviso entre el grupo a uno de mis amigos. Está de espaldas y no me puede ver. Lo llamo pero no me oye; vuelvo a llamarlo otra vez y sigue sin oírme; no me extraña que no me oiga, la voz apenas sale de mi garganta, y no puedo gritar más porque tengo la boca llena del polvorón que me estoy comiendo; llevo otro en el bolsillo. En vista de que no me oye, me dirijo a la iglesia, pensando que mi amigo no tardará en venir a ella con las plantas silvestres recogidas. Al entrar veo a otros chicos, que desde la sacristía andan trayendo figuras para el Belén. Todos son conocidos míos, pero no puedo precisar quiénes son.
Cansado de esperar a mi amigo que no viene, me marcho de la iglesia, canturreando en voz baja un villancico, mientras voy caminando hacia el bar del Pintao, para pasar un rato en los futbolines. Allí están los mismos de siempre, pero tampoco puedo precisar quiénes son. Durante un rato observo cómo juegan y oigo los secos golpes que sobre los fondos del futbolín produce la bola al no entrar en la portería. Un ruido distinto hace que me vuelva y por la ventana del salón del bar, veo cómo llega el correo, con su tropa de zagales corriendo tras él. Pasado un rato, me marcho hacia el Tenis, despacio, para dar tiempo a que abra la ventanilla de la cartería. Una cara muy conocida, que también veo en otras ocasiones en el economato, me entrega unas cartas.
Camino hacia mi casa con las cartas en una mano, y en la otra, sin saber en ese instante de dónde ha salido, un trozo de torta de chicharrones, que, como ¡hace tanto que no la pruebo...! voy degustando a pequeños bocados para condurarla un poco más. Estando ya con el último bocado, en el centro de la rambla, me encuentro con mi amigo que andaba buscándome.
Alguien me toca en el brazo cariñosamente, a la vez que me dice:
-Despierta que ya es la hora, -y continúa: ¿Qué comiste anoche que llevas toda la madrugada soñando y moviéndote?
- ¡Torta de chicharrones!, le contesto yo todavía adormilado.
- ¿Qué dices? -Me pregunta mi mujer un tanto perpleja por la contestación. Dándome cuenta, de que, en ese momento, le contesté una incongruencia, para darle a entender que la contestación fue fruto de una chanza y no por causa de estar adormilado, le vuelvo a contestar:
- ¿Pues qué iba a cenar?, lo mismo que tú, lo que pasa es que yo, casi todas las noches sueño.
Y terminando de decir esto, teniendo todavía en la boca el regusto de la torta de chicharrones, mientras me desperezo sentado en el borde de la cama, ya totalmente despierto, con una ligera e imperceptible sonrisa, mentalmente y haciéndole un guiño al tiempo pasado, me despido de los dos chiquillos que, camino de sus casas, están terminando de atravesar la rambla, uno con nueve años recién cumplidos y unas cartas en la mano, el otro los cumplirá en Enero y está acabando de atar a un trompo la reata, mientras van charlando de lo que harán mañana.
Un cordial saludo para todo el foro.
Hermenegildo García Pino.