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RODALQUILAR: Como este relato que he escrito esta tarde, me ha salido...

Como este relato que he escrito esta tarde, me ha salido un poco largo, y la página Pueblos de España, no admite escritos tan largos, he preferido dividirlo en dos partes, en lugar de recortarlo, que recortes, últimamente ya va habiendo muchos.

Además de ser un tiempo de la acción verbal, el pasado, es un conjunto de hechos relativo a un tiempo anterior al presente.
Voy a referirme a nuestro pasado, ya un poco lejano, un tanto marchito por el tiempo transcurrido, que a pesar de esa marchitez, jugando con las palabras, sigue estando muy fresco en nuestra memoria. Es ésta, una memoria colectiva, de todo un pueblo, y sin dejar de jugar nuevamente con las palabras lo digo refiriéndome a las personas y no al lugar, aunque, debido a las múltiples acepciones que las palabras tienen, a veces hablemos del pueblo como lugar y no de las personas.
Dejando de lado el humor un poco raro que tengo, o los trabalenguas, o los enredos, o el jugar con las palabras, que podéis llamarlo como queráis, sobre nuestro pueblo, escribiré en tiempo presente refiriéndome a un tiempo pasado.
Son las ocho de la mañana y desde la lejanía, en casi todo el valle, se puede oír el peculiar sonido de la sirena situada en la fachada de la central eléctrica, que indica el comienzo de la jornada laboral para los operarios que no son mineros, pues éstos tienen diferente horario.
A esa hora, las madres empiezan a despertar a los hijos, porque se tienen que lavar y vestir, antes de desayunar para ir a la escuela. Hay que ayudar a los más pequeños, que, por inexperiencia, tardan más en vestirse.
El desayuno, en la mayoría de los hogares de los años cincuenta, consiste en un tazón, con café de “cebada de burro”, que así se le dice a la malta torrefactada, o de cola-cao, que acaba de aparecer en el mercado en unas latas decoradas. Cualquiera de ellos, mezclado con leche, de la que venden Margarita o Josefa, lleno de sopas de pan, o acompañado de unas rebanadas tostadas, aliñadas con un chorreón de aceite, o untadas de manteca de cerdo, o margarina, que dicen que es mantequilla, pero no es igual. Se tuestan en una sartén o plancha de hierro, colocada sobre un infiernillo con cabeza de “torcía”, que así le llaman a la mecha de algodón, y dorado depósito con petróleo, de ese que, por litros, vende “la chofecilla”, Juan “el molinero”, o detrás del economato, Galdeano, y entre bostezo y bostezo, las vamos consumiendo, haciendo que cobremos energía para salir alborotando.
Cerca de las nueve de la mañana, marchamos hacia el palo de la bandera, donde en formación cantamos el “Cara al sol” para después, en filas más o menos ordenadas, dirigirnos a las distintas escuelas.
Durante el recorrido, unas alumnas y alumnos, cada cual en sus filas, caminan con la cabeza baja y síntomas de nerviosismo, mirando a hurtadillas a la maestra o al maestro, como si el maestro o la maestra pudieran adivinar, que va con los deberes de la tarde anterior sin hacer y sin haber aprendido la lección, porque la tarde anterior no pararon de saltar a la comba y jugar a la rayuela, a fútbol o a la guerrilla.
Otras y otros van más relajados, pues, aunque no han hecho los deberes, saben cómo hacerlos en la pizarra y además se saben la lección de memoria, aunque también jugaron un rato a la comba o al balón.
Unos pocos son los que van más tranquilos, porque llevan todos los deberes hechos y la lección aprendida. Pero todos van confiados porque en la escuela no se comen a nadie, al revés, más bien, cuidan de todos los niños, y si los ven tristes o preocupados se interesan por ellos.
Nada más entrar en las escuelas, a veces incluso antes, por el pueblo aparecen los pescadores. Unos vienen de La Isleta, otros de Las Negras, como Marcelo, ese que tiene un chichón en la frente y anda con los pies descalzos por todos los caminos y calles. Va vestido de gris, como en Andalucía visten los marengos o jabegotes. Porta sobre la cabeza una canasta de caña, no muy honda, ovalada, la cual sujeta con una mano, y colgando del otro brazo lleva otra más profunda, ambas rebosantes de fresco pescado.
- ¡Vamos niñas, que lo llevo fresco, bueno y barato! -Vocea las virtudes de la mercadería con su característica voz, un tanto afónica de tanto abusar de las cuerdas vocales. En dos de los calificativos, no miente lo más mínimo; su pescado es fresco y bueno, como siempre lo es en esta tierra y en este tiempo, pero el tercer calificativo no le parece tan verdadero a las mujeres de este pueblo.
También, más o menos a esa hora, viniendo desde Las Negras, vistiendo siempre de negro y con su mandil puesto, pasa Angelica, la de los huevos, vendiendo la recova. Le siguen llamando Angelica, como si fuera una niña, a pesar de que ya cuenta muchos años, más bien una abuela según la vemos nosotros.
A media mañana, los escolares tomamos la leche en polvo y disfrutamos del recreo, ajenos al ajetreo de nuestros padres en su trabajo de la empresa, y a las prisas de nuestras madres en arreglar la casa y hacer la compra, para que les dé tiempo de preparar la comida del mediodía. A esa hora, cuando ya ha llegado de Almería el camión que trae las mercancías al economato, las mujeres se dirigen hacia éste, para poder adquirir el resto de la compra que les falta por hacer, después de haber comprado las verduras, que los agricultores de Las Hortichuelas y Las Negras traen a lomos de mulos o burros.