Leyendas, 1º
EL TESORO DE LOS ZARES DE RUSIA, nº 1
Tannenberg 26-29 de agosto de 1914: el ejército imperial ruso mandado por Samsonov es rodeado, atacado y aniquilado por los ejércitos prusianos al mando de Hindenburg y Ludendorff. Un año más tarde, el Zar le retira el mando al Gran Duque Nicolás. San Petersburgo (hoy Leningrado) se ve amenazada por el avance alemán.
El mismo Nicolás II, emperador de Rusia, se pone al frente de las operaciones de guerra. Por precaución, el tesoro del Estado es retirado de las cajas del Banco Imperial y transferido a algún lugar más hacia el este. La moral de los soldados se ve profundamente afectada por la retirada, pero más aún por la falta de material y víveres.
El parlamento, <la Duma del Imperio> constata a comienzos de 1915 la situación siguiente:.... Nuestro valeroso ejército, después de haber perdido más de cuatro millones de hombres entre muertos, heridos y prisioneros de guerra, no solamente se bate en retirada, sino que quizás siga retrocediendo. Hemos sabido también las causas de esta retirada que nos produce tanto dolor. Hemos sabido que nuestro ejército, para combatir al enemigo, no dispone de armas iguales y que, mientas nuestro adversario lanza sin descanso sobre nosotros una lluvia de plomo y acero, nosotros no le enviamos como respuesta más que un número muy inferior de obuses.
Hemos sabido también que, mientras nuestro enemigo posee abundante artillería, ligera y pesada, nosotros carecemos casi por completo de esta última. Y en cuanto a los cañones ligeros, están ya tan usados que pronto comenzarán, uno tras otro, a ser inutilizables.» La Duma constata las debilidades del ejército imperial y las subraya para conocimiento del Zar; Rasputín (imagen derecha), por su parte, bosqueja un cuadro general de la situación aún más sombrío.
He aquí lo que le escribe a Nicolás II en 1915: <Querido amigo: Te lo repito una vez mas. Una negra nube se cierne sobre Rusia: todo son desgracias y sufrimientos sin número; todo es sombrío y en ningún punto del horizonte diviso un rayo de esperanza... Por todas partes lágrimas, un océano de lágrimas... en cuanto a sangre?... No encuentro palabras. Es un horror indescriptible... Sé, no obstante, que todo depende de ti. Los que desean la guerra no comprenden que es nuestra perdición... Duro es el castigo celeste cuando Dios nos quita la razón, pues se trata entonces del principio del fin. Tú eres el Zar, padre del pueblo. No dejes, pues, que triunfen los insensatos y que el pueblo se pierda con ellos... Venceremos a Alemania, sí, pero ¿qué será de Rusia? De verdad te lo digo: a pesar de nuestra victoria, no habrá habido desde el principio de los siglos un martirio más espantoso que el de Rusia. Se verá sumergida en un mar desangre y su ruina será total.»
En este clima poco propicio para la guerra el Zar se mueve solo. Eso explica su decisión de llevar a lugar seguro el tesoro del Estado. Pero las consideraciones militares, el temor de ver al enemigo apoderarse de la capital, no son las únicas causas que explican la evacuación del Tesoro. Los informes sobre la situación interior no son nada tranquilizadores. Nicolás II parece precaverse a la vez contra un golpe de estado militar y una sublevación popular. (Sobre este aspecto de la situación no faltan los documentos, que por cuestiones de espacio no lo mencionaremos en esta página)
A los fines de alejarlo del ejercito Nicolás Nicolaievich fue nombrado comandante del ejército del Cáucaso, mientras el Zar en persona se hacía cargo del mando supremo de las fuerzas rusas. También en eso siguió los consejos de Rasputín.
Una mañana de verano, mil millones de rublos-oro toman el camino de Kazán, en el valle del Volga. Diez mil cajas llenas de piezas de oro y otros tantos sacos con divisas extranjeras, decenas de cajas con lingotes de platino y diez cofres de pedrerías, diamantes, esmeraldas y rubíes del Ural y Siberia. El tesoro es puesto a salvo en los sótanos blindados del banco de Kazán. Todavía se encuentra allí cuando en 1917 estalla la revolución bolchevique.
En San Petersburgo, rebautizada con el nombre de Petrogrado al comienzo de la guerra para hacer desaparecer el nombre de origen germánico de la ciudad, la vida se ha hecho tan dura para el pueblo que el descontento aumenta día a a día. La situación es semejante en la mayor parte de las grandes ciudades. La multitud forma colas ante las panaderías con un frío bastante intenso. Tras dos horas de espera, de murmullos, de quejas, cada cliente recibe una libra de pan negro y nada más. Al mismo tiempo cada uno se informa y habla.
A pesar de la vigilancia de la policía, las noticias circulan clandestinamente:
<Esto no puede continuar.»
<Ayer el pueblo forzó las puertas de una panadería.> «El vino sólo está hecho para los “bien vestidos” y los extranjeros.>
<Los tranvías están en huelga.>
EL TESORO DE LOS ZARES DE RUSIA, nº 1
Tannenberg 26-29 de agosto de 1914: el ejército imperial ruso mandado por Samsonov es rodeado, atacado y aniquilado por los ejércitos prusianos al mando de Hindenburg y Ludendorff. Un año más tarde, el Zar le retira el mando al Gran Duque Nicolás. San Petersburgo (hoy Leningrado) se ve amenazada por el avance alemán.
El mismo Nicolás II, emperador de Rusia, se pone al frente de las operaciones de guerra. Por precaución, el tesoro del Estado es retirado de las cajas del Banco Imperial y transferido a algún lugar más hacia el este. La moral de los soldados se ve profundamente afectada por la retirada, pero más aún por la falta de material y víveres.
El parlamento, <la Duma del Imperio> constata a comienzos de 1915 la situación siguiente:.... Nuestro valeroso ejército, después de haber perdido más de cuatro millones de hombres entre muertos, heridos y prisioneros de guerra, no solamente se bate en retirada, sino que quizás siga retrocediendo. Hemos sabido también las causas de esta retirada que nos produce tanto dolor. Hemos sabido que nuestro ejército, para combatir al enemigo, no dispone de armas iguales y que, mientas nuestro adversario lanza sin descanso sobre nosotros una lluvia de plomo y acero, nosotros no le enviamos como respuesta más que un número muy inferior de obuses.
Hemos sabido también que, mientras nuestro enemigo posee abundante artillería, ligera y pesada, nosotros carecemos casi por completo de esta última. Y en cuanto a los cañones ligeros, están ya tan usados que pronto comenzarán, uno tras otro, a ser inutilizables.» La Duma constata las debilidades del ejército imperial y las subraya para conocimiento del Zar; Rasputín (imagen derecha), por su parte, bosqueja un cuadro general de la situación aún más sombrío.
He aquí lo que le escribe a Nicolás II en 1915: <Querido amigo: Te lo repito una vez mas. Una negra nube se cierne sobre Rusia: todo son desgracias y sufrimientos sin número; todo es sombrío y en ningún punto del horizonte diviso un rayo de esperanza... Por todas partes lágrimas, un océano de lágrimas... en cuanto a sangre?... No encuentro palabras. Es un horror indescriptible... Sé, no obstante, que todo depende de ti. Los que desean la guerra no comprenden que es nuestra perdición... Duro es el castigo celeste cuando Dios nos quita la razón, pues se trata entonces del principio del fin. Tú eres el Zar, padre del pueblo. No dejes, pues, que triunfen los insensatos y que el pueblo se pierda con ellos... Venceremos a Alemania, sí, pero ¿qué será de Rusia? De verdad te lo digo: a pesar de nuestra victoria, no habrá habido desde el principio de los siglos un martirio más espantoso que el de Rusia. Se verá sumergida en un mar desangre y su ruina será total.»
En este clima poco propicio para la guerra el Zar se mueve solo. Eso explica su decisión de llevar a lugar seguro el tesoro del Estado. Pero las consideraciones militares, el temor de ver al enemigo apoderarse de la capital, no son las únicas causas que explican la evacuación del Tesoro. Los informes sobre la situación interior no son nada tranquilizadores. Nicolás II parece precaverse a la vez contra un golpe de estado militar y una sublevación popular. (Sobre este aspecto de la situación no faltan los documentos, que por cuestiones de espacio no lo mencionaremos en esta página)
A los fines de alejarlo del ejercito Nicolás Nicolaievich fue nombrado comandante del ejército del Cáucaso, mientras el Zar en persona se hacía cargo del mando supremo de las fuerzas rusas. También en eso siguió los consejos de Rasputín.
Una mañana de verano, mil millones de rublos-oro toman el camino de Kazán, en el valle del Volga. Diez mil cajas llenas de piezas de oro y otros tantos sacos con divisas extranjeras, decenas de cajas con lingotes de platino y diez cofres de pedrerías, diamantes, esmeraldas y rubíes del Ural y Siberia. El tesoro es puesto a salvo en los sótanos blindados del banco de Kazán. Todavía se encuentra allí cuando en 1917 estalla la revolución bolchevique.
En San Petersburgo, rebautizada con el nombre de Petrogrado al comienzo de la guerra para hacer desaparecer el nombre de origen germánico de la ciudad, la vida se ha hecho tan dura para el pueblo que el descontento aumenta día a a día. La situación es semejante en la mayor parte de las grandes ciudades. La multitud forma colas ante las panaderías con un frío bastante intenso. Tras dos horas de espera, de murmullos, de quejas, cada cliente recibe una libra de pan negro y nada más. Al mismo tiempo cada uno se informa y habla.
A pesar de la vigilancia de la policía, las noticias circulan clandestinamente:
<Esto no puede continuar.»
<Ayer el pueblo forzó las puertas de una panadería.> «El vino sólo está hecho para los “bien vestidos” y los extranjeros.>
<Los tranvías están en huelga.>