Cristo crucificado
En los días en los que el mundo cristiano conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, he reencontrado entre mis lecturas un antiguo y hermoso poema que me ha retrotraído a los días ya lejanos de mi adolescencia en los que lo leí por vez primera. Se trata de “A Cristo crucificado”, una perla de la lírica castellana cuyo autor permanece anónimo.
Me ha parecido una buena idea contraponer un rasgo de belleza y serenidad a tanta acritud y desasosiego como reina entre nosotros. Por ventura no todo está perdido. Es mucha la gente que vive con humildad y recogimiento los días de Semana Santa, porque nunca como hoy en día se hace más necesario el mensaje de Cristo y cobra más vigor su ejemplo de sacrificio por el género humano.
"A Cristo crucificado” es uno de los poemas más hermosos que se hayan escrito en lengua castellana en todos los tiempos. Se podría ir más lejos, sin temor a exagerar, si afirmáramos que se trata de uno de los textos líricos más grandes de la historia de la literatura.
Este poema fue escrito en el siglo XV español por un poeta que todavía nos resulta desconocido, aunque durante décadas se atribuyera su autoría a diferentes místicos, como Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz; también al padre capuchino Torres y al franciscano Antonio Panes. Pero descartada por lingüistas acreditados la paternidad de estos versos, no por ello su belleza y maestría disminuyen.
A Cristo crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte
el Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa Cruz escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
En los días en los que el mundo cristiano conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, he reencontrado entre mis lecturas un antiguo y hermoso poema que me ha retrotraído a los días ya lejanos de mi adolescencia en los que lo leí por vez primera. Se trata de “A Cristo crucificado”, una perla de la lírica castellana cuyo autor permanece anónimo.
Me ha parecido una buena idea contraponer un rasgo de belleza y serenidad a tanta acritud y desasosiego como reina entre nosotros. Por ventura no todo está perdido. Es mucha la gente que vive con humildad y recogimiento los días de Semana Santa, porque nunca como hoy en día se hace más necesario el mensaje de Cristo y cobra más vigor su ejemplo de sacrificio por el género humano.
"A Cristo crucificado” es uno de los poemas más hermosos que se hayan escrito en lengua castellana en todos los tiempos. Se podría ir más lejos, sin temor a exagerar, si afirmáramos que se trata de uno de los textos líricos más grandes de la historia de la literatura.
Este poema fue escrito en el siglo XV español por un poeta que todavía nos resulta desconocido, aunque durante décadas se atribuyera su autoría a diferentes místicos, como Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz; también al padre capuchino Torres y al franciscano Antonio Panes. Pero descartada por lingüistas acreditados la paternidad de estos versos, no por ello su belleza y maestría disminuyen.
A Cristo crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte
el Cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa Cruz escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.