Palacio Real EDAD MODERNA, OLITE

EDAD MODERNA:

Tras la conquista de Navarra en 1512 el palacio se convertirá en residencia de los virreyes al cuidado de un conserje o alcaide, según lo acordado en las cortes que Fernando el Católico convocó en Burgos en 1515. Durante la Edad Moderna fue mansión ocasional de los virreyes y escala esporádica de los monarcas españoles en sus contadas visitas a Navarra.

Por merced real se había autorizado (1556) a los marqueses de Cortes para ocuparlo por una renta anual de 50.000 maravedís y los oportunos gastos de reparación; su alcaldío fue concedido luego por juro de heredad a los Ezpeleta de Beire, que lo ostentaron hasta el siglo XIX.

Plaza Carlos III

Con el declive de la importancia política de Olite su uso va a ser menor y le va a llevar a una fase de deterioro continuo debido al abandono y lo costoso de su mantenimiento. Muchas de las notas de ésta época se refieren a los gastos de las reparaciones y arreglos sucesivos.

En 1542 para en Olite el propio Emperador Carlos, en momento delicado para las fronteras, amenazadas por Francia. Posteriormente hará estancia en Palacio Felipe II (1592) y otros monarcas visitarán la ciudad en sus desplazamientos por el norte: Felipe IV en 1646 y Felipe V en 1719. Alfonso XII y Alfonso XIII conocieron el Palacio en ruinas.

En 1718 el virrey de Navarra hizo la propuesta de enajenar los palacios de Olite y Tafalla con sus tierras anejas. Su objetivo era recaudar fondos debido a la gran penuria de la hacienda después de la Guerra de Sucesión. Ofrecía como aliciente los privilegios de los palacios de cabo de armería, exención de cuarteles, asiento en cortes y demás beneficios de que gozaban estos solares. La venta no prosperó.

En 1739 con motivo de la visita de la reina viuda doña Ana de Neoburg se realizan diversas reparaciones. A los pocos meses llega a Navarra la infanta francesa Luisa Isabel de Borbón, hija de Luis XV, que, en virtud de uno de los pactos entre ambas monarquías, iba a casar con el infante don Felipe y ser futura Duquesa de Parma.

Torre de las Tres Coronas

Durante la Guerra de la Convención el Palacio es utilizado como almacén por el ejército y contribuye a su deterioro. Un incendio, provocado durante la preparación del rancho de los soldados instalados en la Torre de la Prisión (Torre de las Tres Coronas), destruye buena parte de los ricos artesonados y techumbres. Es el preámbulo de próximas desgracias.

EDAD CONTEMPORÁNEA:

Es en la Guerra de la Independencia cuando recibe el golpe de gracia que le llevará a su casi completa destrucción.

En febrero de 1813 el general Francisco Espoz y Mina ordena prenderle fuego y destruirlo con pretexto de que los franceses no se hicieran fuertes en él. El parte que dirigió al general Mendizábal en 16 de febrero de 1813 dice:

“Así ha fenecido el sitio y la plaza de Tafalla, y tal ha sido el resultado de su guarnición, después de tres años de pacífica posesión, a la que jamás pude oponerme por falta de artillería. Concluida esta operación he mandado demoler el fuerte y destruir todas las obras de fortificación, así un convento inmediato que fue de recoletas y un palacio contiguo por considerarlo el enemigo. Lo que igualmente he execuitado con otro Convento y palacio de Olite, a fin de tener expedita la carretera desde Pamplona a Tudela, y obviar que el enemigo pueda cobijarse”.

Por espacio de más de un siglo el palacio estuvo expuesto al abandono y buen número de sillares pasaron a formar parte de edificios y obras particulares. El conde de Ezpeleta siguió en posesión del Palacio Real y su administrador Señor Lacalle, con un taller de carpintería, un granero, dos bodegas y un corral de ganado lanar en su interior.

Palacio Real

El poeta Gustavo Adolfo Bécquer fue testigo del deplorable estado en que se encontraba el Palacio, recogiendo sus impresiones en un bellísimo y evocador ensayo escrito durante su estancia en Olite.

“Una vez la fantasía templada a esta altura, fácilmente se reconstruyen los derruidos torreones, se levantan como por encanto los muros, cruje el puente levadizo bajo el herrado casco de los corceles de la regia cabalgata, las almenas se coronan de ballesteros, en los silenciosos patios se vuelve a oír la alegre algarabía de los licenciosos pajes, de los rudos hombres de armas y de la gente menuda del castillo, que adiestran en volar a los azores, atraíllan los perros o enfrenan los caballos. Cuando el sol brilla y perfila de oro las almenas, aún parece que se ven tremolar los estandartes y lanzar chispas de fuego los acerados almetes; cuando el crepúsculo baña las ruinas en un tinte violado y misterioso, aún parece que la brisa de la tarde murmura una canción gimiendo entre los ángulos de la torre de los trovadores, y en alguna gótica ventana, en cuyo alféizar se balancea al soplo del aire la campanilla azul de una enredadera silvestre, se cree ver asomarse un instante y desaparecer una forma blanca y ligera”.

El pintor Jenaro Pérez Villaamil plasma en sus grabados el Palacio en ruinas y anota la saca diaria de ocho carretas de piedra por él presenciada.

En 1888 el Ayuntamiento quiso instalar sus dependencias dentro de Palacio, sin llevarse a efecto.

Las destrucciones y abandono en que quedó el Palacio llevó a Juan Iturralde y Suit a escribir: “El pueblo que mira indiferente los monumentos de sus pasadas glorias, es indigno de ocupar un lugar en la historia, y doblemente criminal, cuando el pasado es tan brillante y glorioso como el del antiguo Reino de Navarra”.

El palacio fue adquirido en 1913 por la Diputación Foral de Navarra. En 1923 convocó un concurso entre arquitectos resultando ganador el proyecto de los hermanos José y Javier Yárnoz Larrosa y en 1937 comenzó su reconstrucción de la mano José Yarnoz.

Fue declarado Monumento Nacional (conjuntamente con la iglesia de Santa María) el 17 de enero de 1925.