Aquellas tardes de verano. El silbido del tren inundaba el valle, aunque su sonido tenue parecía dejar que la lejanía quien fuera su testigo. Atrás quedaban los primeros castaños, aquellos que tantas veces dieron con la preparación de conocidos platos y años después disfrutaría a cientos de quilómetros enviados, entonces por los tios. La vista siempre me impresionaba, una y otra vez volvía para hacerla mia para sí. Mones con su vista sobre la Rúa. En ese silencio buscado al atardecer, con los colores de los viñedos del mes de Agosto. Bajar de la Aldea a o Pazo un rito. Atravesar la plaza, su fuente, sus gentes hablando, el troyal, la Iglesia... Hoy paré nuevamente mirando el valle y mi corazón se llenó de todo el cariño recibido por sus gentes desde las miradas cómplices a los abrazos de la familia.
Ahora como senderista los caminos que por San Miguel pasan me han abierto unos nuevos horizontes y otra forma de ver ese pueblo y esas gentes que tanto me dieron y enseñaron.
Ahora como senderista los caminos que por San Miguel pasan me han abierto unos nuevos horizontes y otra forma de ver ese pueblo y esas gentes que tanto me dieron y enseñaron.
