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CERREDA SANTIAGO: A los pies de la Cabeza da Meda, por la que ahora trepan...

A los pies de la Cabeza da Meda, por la que ahora trepan las altivas lanzas de los eólicos, y casi a la vista del angosto cañón del Sil, sobre el que se precipita un denso souto de castaños, la vieja aldea es un espacio tan real que parece fabuloso. A veces, como en la imagen, las nubes suben cargadas de agua desde el río y poco a poco van ganando las cumbres, no sin dejarse jirones entre los robles y salpicando de bultos blanquecinos los eidos y balados, como si sobre ellos volvieran a pastar los rebaños antes numerosos. Hace tiempo que faltan muchos de los viejos sonidos aldeanos: el cantar de los eixes de los carros subiendo las barrioncas, los mugidos y el tintineo de las vacas regresando del monte al atardecer, el alegre afanarse de los días de malla... Pero, de algún modo, todo eso sigue vivo en una atmósfera que se respira libre y vivificante, envuelta en mil sugerencias para todos y cada uno de nuestros sentidos, incluida la propensión a la nostalgia... Esa morriña que lleva a suponer que por estos campos también tuvo que andar Santiago a caballo -de cuyo casco hubo una huella de piedra- y que, quizás, se puso a saltar al otro lado del Sil, a tierras de Sober, dejando a sus espaldas bajo su propio nombre un trozo del mismo paraíso, uno de esos lugares inefables que no cesan de crecer en la memoria.

Alfredo Ramos..