ARES: Pasaron cincuenta y cuatro años y cada vez que me dirijo...

Pasaron cincuenta y cuatro años y cada vez que me dirijo a Ares después de pasar la mansión del Indiano en Redes y al rebasar las curbas me pregunto, cual de estas casas será en la que vivía aquella jovencita.
La conocí en el salón de baile en Limodre, apenas hablamos, bastaron unos cruces de miradas lo demás fue el dejarse ir.
Nada habitual hasta pudiera parecer hilarante, estaba acompañada por la que al parecer era su abuela, de negro integral y clásica pañoleta, la niña como yo que practicamente también lo era, cubría su cuerpo con una chaqueta de punto verde, su tez era pálida, podia ser enfermiza pero acentuaba su feminidad la compañía se suponía visto despues como ultima voluntad de aquella niña. Lo habitual pocas palabras poco mas llegar a casa y revolver la imaginación, misterio que reside en nuestra mente cuentan que fruto de las feromonas, lo mismo da, el caso es que se transforma en la expresión que enriquece la literatura.
La joven no tardó un mes en morir, cuentan que de cancer de sangre, así me lo contó Juan su vecino.
Aquella imagen me quedó grabada para toda la vida y se lo cuento a mi mujer cada vez que pasamos por el lugar y para ella es letanía cierto que tambien poesía de un amor que no fue pero que lo pudo haber sido aunque lo dudo porque a pocos años salí del pueblo que me vió nacer
¿Quien no tuvo un gran amor aunque la otra parte no lo sabía? el incidente que acentuó la sensibilidad en emoción se encargó de hacerlo y quedó esculpido en la mente y para siempre