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RIOLOBOS: Desde el 2 al 9 de septiembre, mis hermanos y yo, hemos...

Desde el 2 al 9 de septiembre, mis hermanos y yo, hemos celebrado un encuentro familiar en un pueblecito de la provincia de Salamanca, en la casa de mi hermano Miguel. Aprovechábamos el hecho de que los cincode que estábamos jubilado para celebrar unas jornadas de hermanadad ya que estamos repartidos por toda la geografía nacional: Valencia, Las Palmas de Gran Canaria, Castellón, Salamanca y Sabadell. Nos ha ido tan bien que nos hemos comprometido a celebrarlo cada año. Estábamos sin los hijos y eso nos permitió hacer unas sobremesas interminables donde tocamos todos los temas de nuestra infancia y juventud. Recordamos a nuestros padres, lo mucho que se sacrificaron para sacarnos adelante y lo poco que pudieron gozar de nosotros ya que mi madre se nos fue con 44 años y mi padre con 52. Planificamos las salidas que se podían hacer desde allí y por unanimidad se decidió ir a Riolobos. Así que uno de los días, de buena mañana, emprendimos el viaje pasando por Ciudad Rodrigo, Coria, Torrejoncillo –donde paramos para visitar la Notaría – y, a eso de las 13:30 horas hicimos una parada en la que fue nuestra casa de toda la vida para fotografiarnos ante la puerta y traernos un recuerdo de ella aunque no se conserve la fachada primitiva. No nos atrevimos a llamar pero intuimos que no había nadie porque barullo sí que hicimos y fue un hecho que sentimos ya que las veces anteriores la propietaria –una señora muy amable que era de Madrid- nos dejaba entrar, pasearnos por toda ella y conversar un ratito con ella. Pienso que otra vez será ya que, aunque nada tenemos en Riolobos a excepción de la tumba de nuestros padres, siempre se tienen deseos de volver a las raíces. ¡Qué cambiada estaba la calle, toda asfaltadita, las casas colindantes, el lagar que en nada se parecía al que nosotros habíamos visto funcionar con las parcelas llenas de aceitunas, el lagar funcionando con unas “eras” –no sé si así se decían-, llenas del fruto, todas apiladas una sobre otras, dispuestas a pasar por la prensa para extraer el aceite. Allí estábamos nosotros para mojar el pan que nos sabía a gloria. Me entristeció ver la casa de nuestros vecinos –la del Tío Pedro el Holguerano- con el cartel de “se vende”; y era triste porque aquella casa estaba llena de vida con la Sra. Domitila que siempre nos regalaba palabras amables, el Sr. Pedro el cual me parecía un hombre muy serio, y todos sus hijos que eran un montón.
Luego fuimos al Ayuntamiento para solicitar unos documentos y, si en principio nadie nos conoció, a medida que fuimos avanzando en la conversación, recordaron a nuestro padre del que todos habían oído hablar: oímos muchos elogios positivos de él al igual que de nuestra madre, cosa que nos llenó de orgullo. Debimos armar un buen revuelo porque la Alcaldesa, que estaba en su despacho, salió y preguntó quiénes éramos. Cuando lo supo, dejó todas sus cosas y con ella mantuvimos una conversación que duró largo tiempo. Ella no había conocido a nuestro padre y menos a nuestra madre, pero por los suyos y algunos más, tenia referencias muy claras de ellos. Fue exquisito su trato y nos regaló unos pósters de la Fiesta de Extremadura que se iba a celebrar al día siguiente junto con una invitación para asistir a la comida. Tengo que escribirle una carta y enviarle una foto de mi padre ya que ella quería tener material fotográfico del mayor número posible de Alcaldes que lo habían sido de Riolobos. Supe que vivía en la Plaza de los Toros, que era madrugadora por su profesión y que estaba orgullosa de ser RIOLOBEÑA. Su amabilidad fue tan extrema que se permitió la molestia de acompañarnos a casa del Sr. Emiliano donde pudimos hablar con Carmen y Placi y ver con cierta nostalgia que la estancia del comercio se había convertido en una habitación más de la casa. ¡Cuántos alfileres, caramelos, galletas María y otras cosillas no habremos comprado con alguna “perra gorda” que a nuestras manos caían muy de tanto en tanto!
Cruce la Zabancha camino de la Plaza de Toros y me quedé con la boca abierta porque habían desaparecido aquellas piedras del empedrado - ¿no las denominábamos “gorrones”? – y en su lugar había un asfalto que ya lo hubiésemos querido nosotros para circular con nuestras bicicletas. Este hecho me despertó una inquietud: ¿Habrían previsto las tormentas estivales que hacían que el agua entrase a los bajos de las casas? Recuerdo que un verano cayó una tan grande que dejó en menos de una hora 90 litros por metro cuadrado –mi padre tenía una estación meteorológica en el corral- y el marido de Orencia Lucía –hija del Sr. Máximo que vivía en la Plaza del Carbón- estuvo a punto de ser arrastrado por el agua del regato que pasa por encima de La Laguna al intentar refugiarse debajo de la 2ª alcantarilla. La Alcaldesa despejó mis dudas ya que me dijo que habían hecho una gran tubería de desagüe que llegaba hasta La Fuente Sosa. ¡Qué cambiada estaba la fachada de la parte trasera del ya difunto Vicente Caballero García!.
Y ya, por hablar de cambios positivos, he de citar la Plaza de los Toros. ¿Quién la había visto y quién la ve ahora? Ya no existía aquel suelo de tierra donde jugábamos a los bolindres o nos “champábamos” pisando los charcos. No la reconocía. Fuimos a ver a Rafa “ ¿Fernádez?” –que vive en Barcelona- y nos reconoció a primera vista sin confundirse en ninguno de los nombres de mis hermanas. Se alegró mucho y nosotros también. Allí vimos a Robustiano y a Genaro que estaban celebrando el encuentro con una comida a base de tostón asado. Nos invitaron a pasar unos días en primavera para poder observar la belleza de nuestro campo extremeño. Nos despedimos de ellos y de la Alcaldesa de la que todos los hermanos quedamos muy agradecidos por su amabilidad.
Había que comer y escogimos la zona ajardinada de la Laguna; costaba imaginarse cómo había sido antes. ¿Era posible que de la zona del Cerro del Tomillar bajase un caudal de agua clara y cristalina por una acequia que atravesaba la Primera Alcantarilla? Allí comimos bajo una sombra fresquita y, mientras los míos descansaban adormecidos, yo me fui a La Laguna donde me encontré con un mozo veinteañero que bajo un sol de justicia preparaba su puesto para pescar carpas. Conversé con él y le dije que había nacido en Riolobos, que estaba sorprendido por el cambio paisajístico que había sufrido el Ejido y cómo se sorteaban las parcelas de las eras. Me dejó boquiabierto cuando me preguntó qué eran “las eras” y después de explicarle su significado y alguna que otra reflexión, me hizo pensar que nuestro Riolobos, el que nosotros vivimos, ya se nos había ido al dejar las actividades agrarias de secano por ls de regadío. Y es que ya no parece el mismo.
Quise acercarme a “nuestras escuelas”, las de antes, y vi con sorpresa la transformación sufrida ya que ahora era una Residencia de la Tercera Edad y un Hogar del Jubilado. Me colé por los pasillos y vi lo bien que estaban los residentes viendo la televisión y jugando a las cartas. Hube de explicar quién era y tuve la oportunidad de hablar con alguna que otra residente que en mis tiempos infantiles eran las mozas que con el cántaro en la cabeza iban y venían a la fuente que había en el arroyo y que más de un mozo aprovechaba para entablar conversación con la que pretendía entablar una amistad más seria. ¡Cómo pasa el tiempo! Y aquí me incluyo yo. Pude hablar con la nieta de Genaro que es cuidadora y me vine sin poder hablar con la hija de Zenón que era la actual directora para que diese recuerdos a su padre ya que fue vecino mío. Me trasladé al túnel de los tiempos y pude ver en sus aulas a mi padre y a mi madre. Y es que si bien él casi toda su docencia la imparteron en la vieja escuela viejas sus años finales fueron en este edificio. Hice mis fotos y salí con mi hermana Ángela que también saludó a quien se nos acercó.

Ya marchábamos y volvimos a encontrarnos con Rafa y Robustiano que nos hicieron entrar al Hogar del Jubilado donde saludé a uno de los hijos del tío Vertedera y a muchos más. Todos ellos y yo con mis hermanos nos alegramos y conversamos comentando alguna que otra “batallita” de los tiempos jóvenes.
Había que visitar a Mari Carmen, hija de Concha, la nieta de Pedro el Holguerano y del tío Genaro, pero no hubo suerte ya que estaba en Salamanca. Hablamos con su madre, Concha, que nos hizo pasar un rato muy bueno ya que conserva el lenguaje que se oía cuando éramos pequeños. ¡Qué extremeño tan bonito! ¿Por qué los más jóvenes lo han abandonado?
Acabamos la jornada visitando el Cementerio para recordar a nuestros padres y hay que felicitar al Ayuntamiento por lo bien conservado que está ya que nos quieren decir que los riolobeños recuerdan y valoran a los que nos precedieron y que, si estamos donde estamos, fue porque ellos, que tuvieron una vida más difícil que la nuestra, trabajaron para los que les hemos sucedido.
Fue un día muy provechoso que siempre recordaremos.