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RIOLOBOS: Vivo en Sabadell desde hace más de 34 años y todos...

Pido la colaboración de los paisanos Riolobeños \ as, Si alguno sabe como entrar en la revista, que se emite en el pueblo y para poder la leer,. y colaborar en lo posible con fotos y alguna anedota., Que ponga aquí la dirección, acracias

Vivo en Sabadell desde hace más de 34 años y todos ellos dedicado a ejercer de maestro. Ahora llevo unos meses jubilado y hoy, al volver de mi paseo matinal con mi perrita Martina, se me ha ocurrido escribir en el Google la palabra "Riolobeños" y, qué alegría, he encontrado un chat serio de gente de mi edad que recuerda momentos vividos de nuestros años jóvenes. He vuelto cuatro o cinco veces a mi pueblo natal y no os podéis imaginar lo orgulloso que me siento al ver los cambios positivos que en él se han producido. Pasé por las escuelas del Ejido donde mis padres ejercieron de maestros hasta su muerte y me faltó muy poco para echar unas lágrimas porque, a pesar de que ya no se utilizaban para la docencia, tenían un uso que me lleno de alegría al ver a los mayores disfrutar en el Hogar. ¡Qué imagen tan diferente de estos abueletes con los que nosotros convivimos y que obedecíamos con fe ciega cuando, estando en la plaza de la Iglesia, salían de uno de los dos bares que había y, sin tener ningún parentesco, te decían: "Niño, coge este dinero y vete al estanco para comprar un bote de tabaco". Y nosotros, sin rechistar, dejábamos nuestro juego -el calvo, pídola, "aquí mío", los bolindres...- y cumplíamos sin rechistar. El respeto que se tenía por nuestros mayores no tiene punto de comparación con el que ahora se les profesa. ¿Y el pavimentado de las calles? Aún recuerdo el ruido de los carros cuando habían de salvar las piedras - ¿"gorrones"?- que sobresalían del empedrado, los riudos de los cascos de burros, caballos y muulos que pasaban por nuestras puertas cuando aún no había amanecido. ¿Y el canto del gallo de media noche que escuchábamos entre sueños y que se iba transmitiendo de corral en corral, sintiéndolo primero muy próximo y luego, a medida que el corral estaba más distante, mucho más suave? Y ahora que habáis de la recolección del pimiento, el algodón y el tabaco, recordar como, camino de Pajares o La Salgada, mozos y mozas se iban agrupando, caminando "a patita", con gran jolgorio, cada mañana y cada tarde. Ellas llevaban la cara y los brazos muy tapados porque entonces era la moda tener una piel blana como la leche. Más de algún matrimonio salió de esas idas y venidas. ¿Y la frase típica del que iba en caballería por algún camino solitario y se encontraba con otro, conocido o desconocido, y, como único diálogo se les oía: "Vamos allá" y el otro le respondia: "Vamos allá"? ¿Y los largos veranos en que hacíamos vida en las eras y éramos felices si el "Tío Macarío" o el "Tío Pedro" nos dejaba dar vueltas en la parva y si, al finalizart el día nos permitía llevar hasta la Laguna llevar a la yunta de caballos sedientos donde podíamos hacer alguna que otra carrera? ¿Y no os recordáis de Don Mariano, el cura, que era capaz de echar fuera de la misa a la madre que llevaba al niño en brazos y se ponía a berrear? ¿Y el día de los quintos en el que ellos, todos fuertotes, eran capaz de aqrrancar el poyo de las puertas para dejarlo en medio de la calle? ¡Qué admiración sentíamos hacia ellos! ¿Y no recordáis las cencerradas que se organziaban en las noches en que los mozos se enteraban que un viudo o viuda se había casado de madrugada como si su acción fuera la de un delincuente? Aquellos sonidos de los cencerros eran tan fuertes que parecía que venía todo el ganado vacuno que cada uno de nosotros llevábamos al Ejido cada mañana para que el vaquero lo cuidase y nos lo retornase a la caída de la tarde. ¿Y no os sabía bueno el pan que se amasaba para toda la semana en cada una de las casas y luego el hornero se encargaba de avisar a nuestras madres para que lo llevasen al horno sobre una tabla, tapado con una manta, y con la "rodilla" en la cabeza haciendo un ejercicio perfecto de equilibrio? El primer día se comía como rosquillas, pero luego, a medida que asaban los días, se nos volvía duro y era más difícil de consumir, pero nosotros, sin bollitos de chocolate como ahora, con un trozo de patatera marchábamos de casa a la salida de la escuela y no regresábamos hasta que oscurecia.
En fin, son tantos y tantos los recuerdos... Que los podamos contar durante muchos años. Un abrazo a todos. Pedro Málaga