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JARAICEJO: PASEO SENTIMENTAL POR JARAICEJO (2ª parte: continuación)...

PASEO SENTIMENTAL POR JARAICEJO (2ª parte: continuación)
(...)
Un inmenso rectángulo es la plaza,
corazón al que llegan cuatro arterias,
con su rollo de villa como fuente
en el centro, con taza berroqueña.
Primigénita célula del pueblo,
es la zona más noble y solariega,
con su casa obispal, su ayuntamiento,
el castillo y la iglesia gigantesca.
El granito, la piedra y el ladrillo
fraternizan en formas de la iglesia,
de robustas paredes centenarias
que le dan sensación de fortaleza.
Con su cara al poniente, la fachada
principal se presenta tan soberbia
con dos arcos gemelos en su pórtico
que, en rotunda columna, se sustentan.
Ventanales, escudos, hornacinas,
rosetón, balaustradas... la ornamentan
y le aportan un porte portentoso
de una sobria esbeltez y de nobleza.
Al costado derecho, existe un arco,
coronado en su cumbre con almenas,
y una esbelta y secreta galería
comunica la iglesia con viviendas;
son dos altos, robustos pasadizos
que sirvieron de paso y de defensa
de preclaros prelados religiosos
en su etapa de estancias veraniegas.
Esta arcada era puerta principal
y la entrada más bella y más directa
a la plaza, de forma controlada
por vigías en épocas pretéritas.
Con frontón y columnas adosadas,
existió entre los arcos otra puerta,
que se encuentra cerrada a cal y canto
por el “corpore insepulto” de una reina.
A la espalda del templo, hay otra entrada
con frontón y columnas berroqueñas
y los restos ruinosos de un convento
y, más tarde, casona solariega.
Era el templo un poblado microzoo
con palomas, murciélagos, cigüeñas,
con lechuzas, vencejos, golondrinas
y las fúnebres chovas vocingleras.
¡Qué revuelo de aves en bandada,
despegando de aleros y de grietas;
qué alboroto volátil de pitidos
de sus picos, tal cánticos de guerra!
Escuadrillas rasantes de vencejos
de acrobacias tan raudas y guerreras
y, en versátiles vuelos, los murciélagos
de ultrafino radar en sus orejas;
escuadrones siniestros de la muerte
que a sus presas cazaban por sorpresa:
mariposas, moscones y mosquitos,
en cruzadas nocturnas y violentas.
Un ejército de bélicos muchachos,
pertrechados de palos y de piedras
disparaba sus rudos proyectiles
a las fuerzas aéreas, siniestras.
Esta tarde, la plaza está vacía,
sin los niños, sin aves bullangueras;
un silencio mortal, de cementerio,
tal sudario, la cubre de tristeza.
-Una noche de invierno muy oscura,
en la plaza y en fiestas navideñas,
una bella pastora, junto al templo,
aceptó ser mi esposa y compañera...-

Ya me encuentro en la calle más antigua,
la hipotética arteria primigenia,
con sus casas vetustas, seculares,
cuyo nombre es la Calle Talavera..
Una casa de éstas fue la cuna
-la de escudo con águila bicéfala-
de la ilustre beata María Luisa
de Carvajal, poeta y misionera.

Más arriba, se hallaba... el Santo Cristo,
atalaya de fábrica mudéjar,
donde puso sus pies el “Santo Oficio”
para hacer sus faenas tan funestas...
Gigantesco templete de ladrillos,
con sus arcos y su esbelta silueta,
vigilaba los hondos horizontes
sobre el lomo rojizo de La Mesa.
Pero el tiempo fue juez de su pasado
y dictó fatalmente su sentencia:
una pena de muerte tan rotunda
que ni existe señal de su existencia...

Más allá de la plaza, el otro barrio,
la mitad, más o menos, La Ribera,
con callejas angostas y empinadas
por hallarse de un valle en la ladera.
Este barrio ha perdido tanta sangre,
la más joven, fecunda, aventurera,
que los turbios suburbios de las urbes
absorbieron tal viles sanguijuelas.
Sólo ancianas de luto se divisan
en sus calles, sentadas a las puertas,
fabricando sus flores de colores,
de los níveos manteles en la tela.
¡Ay, me duelen tan hondo estas ancianas
solitarias, con negras vestimentas,
que anestesian, bordando esos manteles,
el dolor espinoso de la espera...!

Aquí acabo extenuado el recorrido
de mi pueblo por calles y callejas,
con el alma empapada de emociones,
con raíces más firmes y más frescas.

Otro agosto, he llegado, pueblo mío,
a mi cita filial y veraniega
para estar en tu grata compañía
y escribirte unos versos como ofrenda;
a pasar con tus hijos, mis hermanos,
vacaciones festivas, placenteras,
a regarnos recíprocos recuerdos
y lavarnos del alma las tristezas.
He acudido a encontrar en tu regazo
una paz y una dicha verdaderas
para el alma cansada de distancias,
de sentirse en la ausencia forastera,
a buscar una prenda, la alegría,
que perdí no sé dónde con certeza,
pero debe de estar por los cajones
de un armario, de un cofre, de una mesa...
Y, por ser nuestras Fiestas del Rosario,
he vestido el balcón con la bandera
y he compuesto estos versos con ternura
por sentirme hijo tuyo y tu poeta.

Wenceslao Mohedas Ramos
JARAICEJO, AGOSTO, 1997