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CABAÑAS DEL CASTILLO: (MÉDICOS, MEDICINAS Y REMEDIOS, 3ª PARTE).-...

(MÉDICOS, MEDICINAS Y REMEDIOS, 3ª PARTE).-
“al bicho” se le alimentaba con diversos productos. No faltó quien introdujera en el conducto auditivo unas finas tiras de jamón, si lo había, o tocino que era más corriente.
El niño ha crecido, y un buen día la madre observa que “está más colorao que un pavo” debido a tener tan alta la fiebre que a poco saldría ardiendo, presentando además unas pintas por alguna parte del cuerpo. Era fácil deducir que había llegado el sarampión. ¡A la cama!, tapado hasta la cabeza con todas las mantas que hubiera para que sudara hasta el imposible; de esa forma “brotaría el sarampión” –salampión era la palabra habitualmente usada-, y nada, ¡absolutamente nada de agua!, pues ésta hacía subir la fiebre. De paso, si el niño tenía más hermanos, iban todos juntos con él a la cama, tratando de que todos lo pasaran al mismo tiempo, aunque no siempre se conseguía el deseado contagio… Dos, tres, cuatro días después se escuchaba doblar las campanas y alguien de inmediato decía: “eso es el muchacho de fulano, que se ha joío con el salampión, que este año viene con mala leche”. ¡Pero hombre!, con buena o mala leche, con ese tratamiento consistente en sudar como un segador y beber menos que una estatua de piedra, muere cualquiera por deshidratación, que realmente era lo que causaba una gran mortandad entre los pequeños cuando pillaban esta enfermedad.
Si se trataba de que al niño se le “inflaban” los lados del cuello, justo debajo de la mandíbula inferior, había cogido las paperas, -parotiditis-, en cuyo caso se le daban frecuentes friegas con manteca de cerdo sobre las partes inflamadas. Y si en lugar de tener el mal en el cuello se rascaba el culillo como un obseso, se le atascaba de hierbabuena o su tisana, pues eran las lombrices las responsables y, si no cesaba en su afán rascador, se le purgaba a fin de provocar la evacuación total del intestino con la esperanza de que los molestos parásitos salieran al exterior por arrastre.
Ante la presencia de fiebre persistente e intermitente sin poderla achacar a una enfermedad concreta –solían llamarlas tercianas-, alguien iba al monte a buscar la planta “Hiel de la tierra”, se cocía debidamente y se daba al niño a beber la tisana, normalmente acompañada de algún cachete, pues se negaba en redondo a tomarla ya que su amargor es muy grande y el azúcar no andaba demasiado sobrado. Si la fiebre no remitía se podía recurrir a la semilla de la retama. Unos cuantos granos hervidos o comidos directamente, aguantando su extremo amargor, también podían aliviar al calenturiento. Estos remedios valían para todas las edades. Algunas personas mayores llevaban estas simientes en el bolsillo y las comían de vez en cuando como preventivo.
Si a un niño, o a cualquier otra persona adulta, le salían verrugas en las manos, pies o cualquier otra parte del cuerpo, se solía utilizar leche de higuera, pero también se iba por los caminos hasta encontrar “un curato”, que no era otra cosa que un pequeño artrópodo de unos 3 ó 4 cms de longitud, de color muy negro, de ahí que por similitud con el color de la sotana de los curas se le aplicaran ese nombre, (los chicos solían jugar con ellos tratado de que emitieran un pequeño sonido que hacían cuando se encontraban en peligro, a la vez que les repetían una y otra vez, en plan letanía: “cura, curato, sino me cantas la misa te mato”. Cosas de niños). Una vez atrapado “el curato”, se procedía a descabezar la verruga y destripar al bicho y con la materia que salía, del mismo color que su aspecto, se impregnaba la susodicha verruga. Había otro método, no se sabe si más eficaz pero sí más limpio. Consistía en coger tantas hojas de olivo como verrugas se tuvieran y esconderlas, formando cruces, en el hueco de una pared alejada, lugar por donde el verrugoso no debía de pasar en un número determinado de viernes. Si alguien pasaba por allí antes que se cumpliera el plazo fijado en función del número de verrugas, éstas le saldrían a él y le desaparecerían al enfermo. Este método sería muy limpio, pero tenía su parte de mala leche, pues trataba que exotéricamente las verrugas se las llevara el vecino. Venía a ser como echar un mal de ojo, sólo que aquí era de verruga.
Cuando salía un bultito en uno o más párpados, eran orzuelos. Sólo había que coger la llave de la puerta de la casa, aquellas llaves que eran de hierro de 20 cms de longitud, incluso más largas, con un peso de entre 200 y 500 gramos, calentarlas y aplicar la parte del aro sobre el ojo. Repitiendo la operación varios días, solía remitir el orzuelo.
Los sarpullidos eran frecuentes en niños y adultos por la dificultad de conservar debidamente los alimentos o comer frutos excesivamente verdes, por ejemplo; ante esta contingencia hervían la hierba llamada Sanguinaria y el afectado tenía que beber la tisana durante varios días estando en ayunas; con ello intentaban purificar la sangre para que desapareciera el sarpullido. Simples ronchas que picaban, presentadas de forma aislada, no se las prestaba mayor atención, pues podían ser picaduras de pulga, así que con rascarla un poco y mojarla con saliva, todo arreglado. Si la roncha era debido a la picadura de una avispa, se tomaba un poquito de tierra y con saliva se hacía barro que se aplicaba sobre la picadura para que se aliviara por el frescor de éste.
Un árbol muy útil en estos asuntos de los remedios era la higuera, se aprovechaba hasta su sombra como después veremos. Sus higos, una vez secos, servían para curar furúnculos o diviesos. Se tomaba el higo seco y se le abría por la mitad aplicando su parte interna sobre el bulto en cuestión y se le sujetaba con un vendaje. Se repetía la operación varios días hasta conseguir que se reventase el furúnculo. La leche de higuera, aparte de ser utilizada para curar las verrugas cuando no se localizaba un “curato”, tenía una aplicación muy curiosa por parte de los chicos. Éstos, al comienzo de la pubertad, trataban de eliminar o paliar sus fimosis en grupo, siempre guiados por otros mayores que ya habían pasado la prueba y hacían de maestros. Para ello los novicios, siguiendo sus doctos consejos, se colocaban a la sombra de citado árbol y arrancando hojas o higos verdes, con la leche que exudaban se embadurnaban la punta del prepucio y la parte visible del pequeño glande. La fimosis no solía desaparecer por virtud de la leche higueruna, sino cuando llegaba su momento y con las técnicas o prácticas adecuadas, si bien, el pene terminaba rojo como un tomate, inflamado del tamaño de un pepino y escociendo como si le hubieran aplicado las ascuas de una fragua, lo que obligaba a los chavales a salir corriendo y lavarse con el primer agua que encontraban, que normalmente era algún bebedero de las gallinas. A este respecto los chicos comentaban mucho una duda que surgía entre ellos en buena lógica, según su lógica claro, y era que si ellos se aplicaban la leche de higuera para curar su fimosis o virginidad, como también la llamaban, pues los mayores les decían que perder la fimosis era como perder la virginidad, con qué se darían las chicas para perder la suya, ya que nunca se las veía acercarse a las higueras. Esto era algo que les intrigaba mucho, pues los mayores tampoco se lo aclaraban debidamente, entre otras causas porque una cosa es presumir por no tener fimosis y haber cruzado algún que otro meridiano y otra muy distinta “haber cruzado el Ecuador”, cosa que con catorce o quince años, por aquellas calendas, aún les quedaba bastante para hacerlo, pues no pocos había que, incluso, al regresar del Servicio Militar, lo más que habían cruzado era el río Almonte para regresar al pueblo. Al cabo de muchos años, cuando se proyectó la película Titánic, la actriz que encarna a Kate Winslet en su ancianidad, en un momento determinado decía que el corazón de toda mujer es un pozo de profundos secretos. Tal vez de eso se tratase y lo tuvieran en profundo secreto, pues jamás ninguna de ellas abrió la boca sobre el particular cuando eran preguntadas, a no ser para dar ¡cuenta a la maestra! de “los guarros de los muchachos”, por lo que hasta el día de hoy continua el asunto siendo un misterio. Fin de la investigación. Quién sabe si quizá algunos de aquellos chicos, que ya no lo son tanto, aún continúen con la intriga.
Los tratamientos para las quemaduras consistían en machar distintas hierbas, entre ellas manzanilla romana y carquesa para aplicarlas directamente sobre la zona chamuscada. Si era................//////..... ........