La lluvia habia remitido, siguiendo por Balcones, calle arriba nos dirigimos a la plaza vieja. Pasamos por lo que fue la tienda de "tia Venturita" me la imagino toda pintada, elegante, esbelta, siempre con una sonrisa, yo creo que veia en nosotros los hijos que no pudo tener. Me encantaba las galletas de coco que tenia en los tarros de cristal, éstas, junto a los caramelos de "tia Lorenza" y las pipas de "tia Carolina, eran mi debilidad. Sin olvidar "los chochos" de la madre de la Nicanora ó los helados de cucurucho del hombre que vivia en las cortes, ahora no recuerdo su nombre. LLegamos a la plaza vieja. Aún recuerdo llegar a los burros y mulos con su jinetes, cansinos, afianzando sus herraduras sobre el empedrado. Alrededor del pilón circular se juntaban dos ó tres animales y como automatas saciaban su sed. Si no fuese por el "arre" acompañado por un golpe de tacones sobre su barriga, estos pobres animales no les importaria morir en ese estado. Ahora a la plaza la veo sobregargada, parece que ha menguado, es como si hubiese perdido su identidad. Ya no es "vieja" es otra plaza más.