LA HABA: PAISANOS DE MAGACELA, (3) Tomás....

PAISANOS DE MAGACELA, (3) Tomás.

A lomos de su burra cana, lentes de gruesos cristales montados en armadura de pasta color marrón (“gafas culo de vaso”, que asemejaban su estampa a un retrato del Nobel don Santiago Ramón y Cajal), Tomás parecía una prominente hortaliza más, creciendo en medio de tanta verdura fresca como le rodeaba: ajos, cebollas y cebollinos, nabos y coliflores, acelgas y espinacas, lechugas y escarolas, repollos, patatas….., y unas ramitas de perejil, cuando no de albahaca, como adornos y condimentos para contentar a sus mejores clientas, que eran todas: daba gusto mirar el verdeante cargamento todavía impregnado del rocío de la mañana y a mí membelesaba el bello contraste de rojos, verdes y amarillos al que jugaban guindas, pimientos y zanahorias: aquello eran productos naturales de verdad, sin la alharaca del ecologismo actual. ¡Qué sana y honradamente se ganaba la vida este santo Tomás de Magacela!

Tomás nunca pregonaba su mercancía, fiel a sus clientas, a la misma hora y con el mismo recorrido, sescuchaban los cascos de su mansa burra doblando la esquina de la popi por el Altozano: la voz de una jabeña alertaba a otra, ésta a su vecina, y así sucesivamente hasta llegar a la próxima esquina, y vuelta a empezar. Recuerdo una escena, que se repetía con bastante frecuencia en el lugar que tenía señalizado para hacer, digámoslo así, la parada oficial jabeña. Solía darse un respiro en la calle San Juan -hoy calle Condes Campos de Orellana-, al lado de la farmacia de don Paco Guerrero, frente a la barbería del señó Ricardo; salía la esposa de éste, la entrañable María y, después de hacer irreversible su compra -con las hortalizas ya en sus manos- desde las escaleras de acceso a la peluquería, le decía a su marido: “Ricardo, seis reales”; el maestro -no de mu buen talante porque no le gustaban las interrupciones en su servicio- paraba la tijera en seco, se volvía hacia ella y le espetaba: “ ¡¿otra vez…!?, ¿para qué lo quieres?”, y ella mu sumisa la mujer le decía: “Ave, hombre, ¿pa quien va a ser?, pa Tomás”: entonces él, se sacaba un “chocho” de plástico que tenía en la faldriquera y le entregaba una peseta rubia y dos realillos.

Este verano, con el miedo a una respuesta triste dado el medio siglo transcurrido sin verle, pregunté por él. ¡Qué alegría sentí!, de la mano amable de María Isabel Álvarez Escobar (que me reconoció por mi foto del feisbucerío), llequé a su propia casa y memocioné al verle tan vivo detrás de sus eternas gafas de miope: sonriente, con cara de bonachón, mu dicharachero y más derecho que un junco merino: “Te conservas como un papel archivao, Tomás”, le dije al fundirme con él en un fuerte abrazo.
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